lunes, 29 de enero de 2007

Mi contribución a la ciencia

Acabo de inventar algo que donaré altruistamente a la ciencia para su deguste y disfrute.
Ya puedo morir tranquila porque sólo me falta acabar de escribir un libro y plantar un árbol; lo de tener un hijo lo sustituyo por el invento.
Aclaro que la parte de la ciencia a la que acabo de contribuir de manera imprevista, pero como producto de las ganas de cenar algo, es la ciencia culinaria.
Antes de seguir, obsérvese que el doctor Fleming también descubrió por casualidad la penicilina. Desde ahora lo llamaré colega Fleming.
Y sin más dilación expongo la circunstancia, y posterior hallazgo, del memorable hecho.
Las nueve y pico, muerta de hambre sin saber qué llevarme a la boca.
Tras beber un vaso de agua, la base de datos de mis papilas gustativas reclamaban una tortilla francesa. Pero e aquí que una sartén con aceite caliente no es precisamente una cosa que me seduzca ni mucho ni poco, sino nada. No nos gustamos mutuamente, lo sé porque siempre que puede (que es siempre), me salpica y me pone la ropa perdida y además me quema la piel y voy dando el cante con los olores de la fritanga. Parece que no, pero cada gota de aceite hirviendo es un enemigo.
Abro la nevera en un intento desesperado por encontrar algo en crudo que me apeteciera, pero estaba la pobre tan esquilmada, tanto, que daba pena verla. A punto estuve de meterle un euro en el compartimento de los huevos.
Eso es, huevos... Sin duda el subconsciente de mi estomago me hacía repetir “hummmmm, tortilla,” con la misma entrega que Hommer Simpson dice “hummmm, chocolate”.
En un acto extremo de esfuerzo, cogí un plato y un tenedor y me puse a batir uno, abrí el microondas, meti el plato y le di a la ruedecita la orden de que me lo ¿fiera, asara? dos minutos. Daba gusto ver cómo iba subiendo de volumen, como si fuera nata montada. Todo un espectáculo. Al cabo de un minuto pensé que también podría haber impregnado el plato con aceite y luego ponerle un poquito de sal, pero vale, eso queda para otra vez, ya iré perfeccionando el invento, que todo de una vez es mucho desgaste neuronal.
¡Click! Me chiva el horno. Lo abro y saco la obra...
A ver... estaba amarilla, sí, pero algo desvaída... y se había pegado ligeramente al plato pero con un tenedor la levanté sin esfuerzo (¿ves? Lo de ponerle aceite va a ser la solución a ese pequeño problema en veces sucesivas). Abrí un bollo de pan de un horno de leña que tenemos aquí, metí la tortilla (por el color no, pero la forma si que era de una tortilla) y sin dudarlo empecé a comer el bocadillo. Y juro que en mi vida había comido algo que evocara de tan sutil manera el sabor de una tortilla francesa, de manera que la bautizaré, en su honor, como tortilla afrancesada.
Y bueno, esta es mi gesta.
No me atreví a sacar foto porque la verdad, casi ni tiempo.
Para celebrarlo, pongo una imagen el atardecer de ayer en un pueblo al lado.

NOTA DE LA AUTORA: Teresa, no leas esta entrada, por favor.


Foto: Atardecer en San Cristobal de Aliste (Zamora)

domingo, 28 de enero de 2007

La misma noticia (II)

Está sentado en el sillón que queda situado justo al lado de la ventana. Parece un ser pacífico, un don nadie en zapatillas de estar en casa. Mira a través de los cristales, distraído.
De pronto fija su vista en alguien que va por la otra acera mientras gira el cuello para no perderle la pista. Hace un gesto tosco con la boca y cierra los puños como si hubiera querido petrificar, para siempre, aquella figura femenina sobre la pared de enfrente.
En poco menos de un minuto se abre la puerta del piso y aparece ella, cabizbaja, como queriéndose esconder del mundo. Tiene una venda en la frente y un ojo amoratado. Antes de que pudiera ni siquiera mirarlo, él preguntó:


-¿Qué le dijiste?
-Nada... que me caí de la escalera, que estaba limpiando el altillo del armario y...
-¿Y lo del ojo, te preguntó?
-Sí..., que al caer me di con... con un... cajón abierto de la mesita...


Estaba aturdida y atemorizada. Y él ansioso por querer saber todas las mentiras que previamente había fabricado.


-¿Te dio puntos? ¿Cómo tardaste tanto, eh? No hablarías con nadie más...
-No, no... Es que había gente... gente mucha gente en la consulta.
-Pues venga, que ya son más de las 2. Haz la comida, que hay prisa.


Se quitó el abrigo, con un movimiento mecánico lo colgó en la percha mientras miraba para otro lado porque sentía el peso de la mirada airada de él sobre su cuello y le daba vergüenza. En la cocina volvió a lamentar no haber tenido el valor suficiente tampoco esta vez de haber pasado por la comisaría.
A las tres y veinte comieron mientras en el telediario daban la sección de deportes.
Dos semanas más tarde, a las tres en punto, ella misma fue la protagonista de la sección de sucesos.

La misma noticia (I)

Quiero romper el tono jocoso de la entrada anterior con esta foto alegorica de un campo de trigo queriendo emerger, libremente, desde las entrañas del suelo, sin que nada tenga porqué impedírselo, ni tan siquiera una mala granizada. Porque acabo de leer otra vez la noticia y se me ha vuelto a romper el alma.
Distinta protagonista pero... tristemente la misma noticia.

sábado, 27 de enero de 2007

Raíz cuadrada

Foto: Surrealismo Alistano
Nunca aprendí a hacer una raíz cuadrada porque salvo para aprobar matemáticas, no le veía yo ninguna otra utilidad. Y como de todos modos no aprobaría la dichosa asignatura, pues tampoco me empeñé en aprender a hacer semejante e inútil cuenta.
Y... ahora como qué hecho de menos no saberlo. Sé que seguirá sin servirme para nada útil... pero, bueno, hoy he pensado que sería interesante poder resolverla.
Los números nunca me han sido simpáticos, y eso que tengo que bregar con ellos a diario, exigencias del guión que me asignaron cuando decidí colgar los libros. Tener un padre comerciante es lo que tiene: qué sí o... sí. Y no hay más opciones. (He dicho opciones, eh. No confundir en su aparente sonoridad fonética con genitales masculinos). Lo mío siempre fue la lírica, pero me quedé a menos de la cuarta parte del camino de mi primera gran novela. Y bueno, así están las cosas porque nunca osé decidir que estuvieran de otra manera.
Lleva todo el día rondándome la cabeza la idea de que saber hacer una raíz cuadrada equivaldría a descifrar algunos aspectos en clave de cosas que se me escapan. Pero el caso es que no sé exactamente qué me quiero decir. Hay algo que me ronda...
El lunes aprenderé a hacerla, lo tengo decidido. Porque es que sino esto un sinvivír como el que se produce cuando se nos va el santo al cielo y decimos "si es que lo tengo en la punta de la lengua...", y qué incomodidad, de verdad.
(Quien sepa hacer una raíz cuadrada que levante la mano).

viernes, 26 de enero de 2007

Amistad en estado puro

Foto: Paisaje Alistano (Inmediaciones de Tola - Zamora)
La amistad, de todos los conceptos/sentimientos, es el más puro. Hablo de la amistad como nombre propio, no como sustantivo común, porque en sentido coloquial hay amigos y “amigos” .
No se mide por lo que recibimos de ella, sino por lo que damos, y es evidente que de funcionar así, es que la cosa es recíproca. Por tanto no se trata de esperar nada a cambio de algo, sino de tener la certeza que está ahí, el amigo o la amiga, para lo que haga falta, y que tú estás para lo mismo. Digamos que se trata de una cuenta a plazo fijo de amor, con titularidad indistinta, de la que se puede disponer a la vez sin pedir permiso.
Esperar algo a cambio le resta sentido; sin embargo recibir lo que genera, la ensalza.
Repito que hablo de amistad en estado puro.
De niños podemos ser amigos de todo el mundo, se trata de intercambiar experiencias que de alguna manera van reafirmando nuestra personalidad, no somos conscientes de dar ni de esperar nada que no sea tener compañeros de juego.
En la adolescencia la cosa se complica y tenemos un excesivo sentido de la propiedad en lo que a amistades se refiere. Solemos “enamorarnos” de alguna amiga (en el caso de las chicas) y todo nuestro mundo gira entorno a ella. Esta fase biológica es una transición que acaba completándose en la madurez, dura varios años y diferentes amigas íntimas (salvo carencias afectivas, pero eso forma parte de otra historia). Cada una que pierdes te duele como una puñalada porque piensas que te ha traicionado. Nada más lejos de la realidad. Pasa que hay funciones que no tenemos claras, que no están desarrolladas y/o se nos están desarrollando y sobre todas las cosas tenemos necesidad casi espiritual de alguien. Por otro lado, paradójicamente la adolescencia es época de deshacerte de esas “amistades” que de pronto te has dado cuenta que te están perjudicando y no tienes empacho en darles la espalda.
En la madurez las cosas cambian. Nos hacemos selectivos y más listos en ese aspecto. No quita para que sigas conservando alguna amiga, algún amigo, desde la E.G.B. o desde la adolescencia. Si es así, enhorabuena, porque esas son las amistades del alma que durarán en tu vida tanto como tu propia vida. Digo más selectivos y más listos porque estamos más maduros y sabemos bien quien nos interesa y quien no. Pero no hablo de interés en sentido mercantil, no, sino de sano interés puramente personal, sin connotaciones egoístas: aquella persona que te llena, que te satisface, que te hace sentir bien, que te presta su hombro para llorar, que te censura cuando cometes alguna tropelía, que te aplaude cuando haces una genialidad, que te llama para saber si te has muerto que hace dos días que no sé nada de ti; que te confiesa sus temores, sus amores y desamores, que le cuentas lo que piensas sin pudor ni maquillaje, que le cometas tus inquietudes, que se emociona con tus triunfos, que se ríe con tus teorías trasnochadas, que le hablas de tus penas o problemas y no hay psiquiatra en el universo que sepa curarte tan bien. Me refiero a esa amiga (amigo) a la que puedes llamar a cualquier hora porque siempre está, a la que con sólo verte sabe que estás mal sin haber abierto la boca, a la que puede decirte hoy no bajo porque no me apetece, y no pasa nada...
Sucede a veces que alguien a quien tienes gran estima, se va de tu vida sin dar explicaciones. Bueno... pues está en su derecho, sin duda no se trataba de un binómio amistoso y tu psicología te falló porque es verdad que hay gente que usa muy a la ligera, hasta el punto de devaluarla, la palabra amistad.
En fin, que todo esto lo digo porque acabo de leer a Teresa y creo que tiene el concepto equivocado ya que no es igual una Amiga que una amiga.
De todos modos, y aprovechando que estoy aquí y que el otro día fue martes, dedico este escrito a mis queridas coleguitas Arroba y Quetta. Porque quiero que sepa todo el mundo que no cuento sólo con una buena amiga, sino con más de una. Sé que soy una privilegiada y no haré nada por evitarlo. Podría citar aquí más nombres, porque conservo estupendas amistades desde mi más tierna infancia. Pasa que nos vemos poco, pero charlamos como cotorras por teléfono con mucha frecuencia (y además dicen que no leen blogs porque son un coñazo, el mío incluido). Ojo, que también es cierto que no soy amiga de cualquiera, el único requisito que me exijo es que sean personas especiales en mí vida.
Decía Teresa en otro escrito algo así como que siempre fue más amiga de los chicos que de las chicas, por no sé que historias de rivalidad. Pues yo no, fíjate. Los amigos que tengo, que son menos pero estupendos también, no me resultan tan cercanos.
Es curioso, estoy pensando ahora que alguna vez, ya bien entrada en la madurez, he tenido algún rebrote adolescente, pero eso no viene a cuento.
La amistad es algo así como la mar: inmensa en cuando a cariño, profunda en cuanto a confianza, bella en cuanto a respeto y además aporta serenidad a nuestra vida.

Uy, por lo que veo me pasaría hablando del tema toda la noche (aún siendo consciente que un escrito tan largo no hay dios que lo digiera) porque quedan algunos matices en el tintero, pero bueno, le pongo ya punto final a esto que estoy escribiendo y me quedo tan ancha.

jueves, 25 de enero de 2007

SOCORROOOOOOOO

Llevo un montón de días intentando solucionar un problema de virus en este ordenador sin, hasta el momento, éxito alguno. Pasa que no he sido consciente de su magnitud hasta ayer por la noche... Me explico brevemente porque lo que estoy es pidiendo ayuda a grito pelao.
Hace unas semanas con una película infantil que bajé de la red me venía de regalo, como en los huevos Kinder, un troyano. Posiblemente sea un castigo divino por bajar pelis por el morro, pero es que una no se puede sustraer a esa tentación, y menos cuando quien me la pide es una niñita de 5 años.
El caso es que con el bichito ya en las entrañas, este PC me seguía funcionando de maravilla, lo único es que cuando intento acceder al sitio donde está Alicia en el País de las Maravillas para eliminarla (el antivirus me detecta el animalito), el explorador me da error y se cierra sin más. Intento acceder desde programas, que he bajado mil para borrarla, y tres cuartos de lo mismo: sólo poner el ratón sobre la película... se me cierra.
Y digo que no he sido consciente de su magnitud hasta ayer porque los otros dos ordenadores que están en red inalámbrica en esta mí casa, pues a parte de ir lentitos con ganas al principio, se reinician solos cada dos por tres y bueno... la red se va y se viene como 10 veces por minuto. O sea que no se puede navegar ni de coña. Y es que urge usarlos, porque a diferencia de este, los otros son para el curro. Los llevamos a arreglar y dicen que están bien, que no tienen nada. Por tanto concluyo que el problema puede ser este troyano, ¿no?
He pasado antivirus y antitroyanos varios. Algunos lo detectan pero no lo eliminan ni renombran, otros ni lo detectan, y otros al llegar a ese directorio, dan error y se cierran.
He entrado a un canal de ayuda en IRC y me han sugerido varias cosas que he hecho sin éxito. Anoche un chico muy listo estuvo conmigo hasta cerca de las 3 de la madrugá, nos metimos en un sitio, ms2, que parece el libro de matemáticas de los de Marte, metiendo códigos extraños hasta llegar al directorio del la película en cuestión, porque me dijo que borrándola de la memoria pues ya estaba. Pero no... al darle a DEL la muy zorra ni se inmuta.
Total, que tras horas de trabajo, todo mi gozo metido en un pozo.
Quiero saber si alguien ha tenido ese problema o si alguien puede ayudarme, porque si tengo que llevarlo a Zamora al servicio técnico, estaré varios días sin ordenador y si lo formatean pierdo joyitas que tengo aquí guardadas como oro en paño, con el consiguiente cabreo que me durará días y hará que mi estructura ósea se resienta de tantos aspavientos que haga si me quedo sin mis tesoros.
Pues nada más, a ver si hay suerte.
Bueno, sólo añado que puedo entender muchas cosas, pero no me llega la mente para comprender porqué coños hay gente empeñada en destrozar inocentes equipos personales como si de enemigos potenciales se tratara. Entiendo, ya digo, que se midan con sistemas supermegasofisticados para poner a prueba su tremenda capacidad de piratas-machotes informáticos, pero, coño, con PCecitos de andar por casa... pues no.

martes, 23 de enero de 2007

"Cachuscas" rojas

Foto: Frío despertar. Alcañices (Zamora)

Va a nevar, lo dicen en la tele. Y además, la Sierra de la Culebra lo sopla. Lo sopla, eso es, porque hace una rasca hoy en mi pueblo digna del Polo Norte. A mí, que tengo el termostato estropeado, me gusta sentir el aire frío queriendo penetrar a través de mi piel. Y lo dejo. Me gusta que el viento fluya a su antojo sobre mi, entorno a mí.
Cuando nieva, el paisaje se viste de principito de cuento, con frac y guantes blancos. Todo tan limpito y virginal que da gloria verlo. De pequeña jugaba a estrenar la nieve. Era un juego infantil que acabamos convirtiendo en costumbre al subir al colegio. Nada podía satisfacerme más el primer día de nevada que ponerme las “cachuscas” rojas y dejar plasmados esos intrincados dibujos del suelo de las botas sobre la nieve blanca como la nieve. No recuerdo que los pies se me hubieran aterido nunca, ni las manos al hacer bolas. Bueno, aunque a veces los sabañones limitaban el arte de hacer pelotas de ataque y estampanarlas sobre la cabeza o la espalda de alguna niña que desde ese mismo instante, y hasta el día siguiente, se convertía en la peor de tus enemigas. Pero es que yo también recibía bolazos y, por tanto, aquellas guerras no eran otra cosa que una estrategia de supervivencia si querías llegar con algo de dignidad a clase. Dignidad empapada, eso sí, pero sobre todo con la satisfacción del deber cumplido, porque tener a mano toda la nieve del mundo y no usarla era algo así como tener pan y pasar hambre.
Declararle la guerra a los chicos era más peliagudo y previamente teníamos que establecer una buena táctica: o bien teníamos buenos parapetos para defendernos, inaccesibles a ellos, (desde el balcón de alguna casa) o bien el número de enemigos en una confrontación cuerpo a cuerpo tenía que ser ostensiblemente inferior al nuestro. Lo ideal era uno por cada media docena de niñas porque ya se sabe que los chicos son más brutos que las chicas (y véase que no digo “salvo excepciones”): en una guerra de nieve mixta siempre algunas gafas acababan con los cristales hechos añicos ya que ellos siempre tiraban a la zona más susceptible de ser destrozada, no se conformaban con hacernos un simple moratón, si se podía romper algo, mejor que mejor.
Hablo de mis 6, 7, 8 años, cuando el interés por las cuestiones cotidianas no era otra cosa que ir descubriendo los atajos para poder seguir transitando por la vida sin tener que pagar, a cada paso, peaje.


Nunca me había parado a pensar porqué mis botas de agua siempre las elegía de color rojo, quizás por el contraste con el blanco y así se me veían mejor. (Con lo poco presumida que soy ahora... Hay qué ver lo que cambia una con el tiempo).

sábado, 20 de enero de 2007

De ausencia de voluntad y ruínas

Foto: Ruínas de Escuela de Lober (Zamora)

No sé porqué nunca tengo tiempo de hacer nada si me paso el día encaramada en los Cerros de Úbeda.
Me apetecería ser más organidazita, utilizar mi tiempo en función de las cuestiones que me urgen y no dejar todos los asuntos apilados, para mañana, en montones imposibles de descifrar varios días después. Pero de eso nada, monada; suelo utilizar mi ociosidad, que son horas y horas al cabo del día, para levitar, para navegar por entre los mares de mis fantasías, para perderme en los bosques intransitables de mi imaginación, para predefinir lo indefinible en el bloc en blanco de mi mente cuadriculada.
Sería estupendo (casi un sueño) tener los cajones colocados, los títulos perfectamente localizables en las estanterías, la ropa de invierno y la de verano separada, los números de teléfonos y direcciones por riguroso orden en una agenda (aunque fuera de propaganda) y no esparcidos por papeles que nunca más tienen utilidad porque están diseminados de la manera más anárquica en los sitios más insospechados, y que cuando los busco nunca aparece el que necesito.
El caso es que me fío de mi buena memoria a sabiendas que ni es buena ni es memoria. Eso es autoestima, si señor, lo demás son tonterías.
Por otro lado, la organización excesiva me saca de mis casillas, me rompe, me quita vida. Un término medio no estaría mal. Pero... ¿cómo se logrará? Eso tiene que ser lo máximum, un placer que trasciende los límites del goce para adentrarse en el fantástico mundo (por otro lado prosaico mundo) de las cosas en su sitio, sin sobresaltos ni desesperaciones por no encontrar las llaves de repuesto del Clío, porque las que uso habitualmente las dejé no se sabe bien dónde. Me refiero a esa sensación post-orgásmica que hace que te sientas a punto de empadronarte, para siempre, en el paraíso de la satisfacción más absoluta.
Buscar entre mis cosas un cedé determinado, por ejemplo, es una batalla perdida de antemano. Acabo grabándolo de nuevo y gano tiempo. De ahí que a veces me junte con cuatro idénticos. Y por falta de fundas de estas múltiples que puedes meter hasta 50 que no sea, que tengo una buena pila de ellas. Pero ¿quien es la guapa que se pone a colocar uno por uno, eh?.
Y hablo de cedés, porque si hablara de cosas importantes, me pasa otro tanto de lo mismo. Y en ese terreno es mejor que no entre porque me acabo tirando de los pelos.
Este escrito me lo escribo para ver si se me cae la cara de vergüenza. Claro que de no habérseme caído me parece a mí que ya no va a ser posible, porque lleva muchos años sobre mis hombros y me da que ya ha echado raíces profundas en esta holgazanería que me precede.
Necesito un término medio urgentemente, ese que permite también controlar la propia vida antes de que se convierta, definitivamente, en una ruina. ¿Sabrá alguien el truco? Digo truco y no teoría, porque las teorías me las sé todas.

miércoles, 17 de enero de 2007

Alfonsina y el Mar

Foto: Castelldefels (Barcelona)

Alfonsina Storni, dicen, escribió una carta a su único hijo, fruto de un amor imposible.
A la mañana siguiente, Alfonsina fue encontrada, para siempre, en el mar...
De esa carta nació esta emotiva canción.
Félix de Luna adaptó la letra y Ariel Ramírez le puso música.
Mercedes Sosa es, para mi gusto, quien mejor la canta.

sábado, 13 de enero de 2007

Confesión

Foto: Un rincón

Tras prestar juramento, una voz togada y grave me inquirió:
-Reláteme los hechos.
Y comencé mi confesión:
El día de autos me encontraba presente, aunque con la mente ausente y los ojos mirando al infinito de la pared color vainilla de la sala. Yo no disparé, aunque fui yo, señor juez, quien lo mató.
No quería, no era mi intención pero... es que era una tarde de esas tan largas que no terminan jamás. Una de esas tardes en la que las sombras se prolongan más allá del humo de las chimeneas de los pueblos azul cobalto de la loza de Portugal.
Ni oí ruidos extraños ni vi asesinos con pistolas; estaba, ya le digo, sola en el salón.
Sonó el teléfono, señor juez, y una voz dispuesta a seguir hablando me sustrajo de mi ausencia. Me preguntó:

-¿Qué haces?
Le respondí:
-Nada... Matando el tiempo.

Pero señoría, le juro no fui yo quien disparó.

miércoles, 10 de enero de 2007

La raza humana a veces...

Puede que en ocasiones peque de ingenua, del mismo modo que otras peco de listilla. En ambos casos la cosa está justificada. En el primero porque –generalmente- no me gusta dudar de la bondad ajena; en el segundo porque supongo, cuando alardeo, que estoy en posesión de la verdad.
Con el tiempo he llegado a una conclusión: ni la gente es tan buena como suponía, ni yo tan lista como creía.
Mientras que lo segundo me da un poco igual porque a pesar de todo voy aprendiendo cosas que me enriquecen y pongo en práctica para el propio beneficio intelectual, lo primero me inquieta y me hace perder la fe. Pero no la fe en Dios, en el dios de los cristianos, ese que inventó hace siglos la santísima iglesia católica (que tan buen juego le hace) y que las monjas se encargaron de meterme a barrena. Llevo más de la mitad de mi vida sabiendo que ese dios no existe y por fortuna no arrastro ese temor que suelen tener algunas ex alumnas de colegios religiosos cuando de negar la existencia del “ser supremo” se trata.
Al hablar de fe, me refiero a la fe en la raza humana. No es que yo sea un colmado de virtudes, que no lo soy, tengo mi buena porción de mala leche y a veces condensada. Pero a medida que voy creciendo, no en estatura ni en edad, sino en experiencia, me doy cuenta que las personas no son lo que yo pensaba y a la mínima, te la meten doblada (expresión soez, pero muy gráfica).
No me gusta la gente que te machaca por detrás y por delante te ofrece una sonrisa.
No me gusta la gente que traiciona; me gusta la lealtad.
No me gusta la gente que siente placer cuando ve tropezar a alguien, sea el tropiezo en una piedra, o sea en un escalón de la vida.
No me gusta la gente que con sus labios te adula y con sus ojos te rechaza.
No me gusta la gente que...
Pero sobre todo no me gusta la gente que busca sólo el provecho ajeno. No me gusta la gente ambiciosa. Me dan grima las personas aprovechadas.
Esta mañana he vuelto a ver un episodio que me pone de mal humor cada vez que lo presencio (y ya son muchas veces, muchas, las que he sido testigo casual en el mismo escenario, y en otros).
El hijo, o hija (y yerno o nuera) que están fuera, en otro sitio viviendo y vienen al pueblo a saquear la despensa y la cuenta corriente de sus ancianos padres, le dicen al viejo: firme aquí, abuelo. ¿Pero esto para que es, hijo? Usted firme aquí que está esperando esta chica y tendrá prisa (la chica soy yo). Y el padre firma y el del banco le da un buen fajo de billetes al hijo, o yerno, ante la atenta y ansiosa mirada de la hija, o nuera. E insiste el anciano; ¿pero y eso, hijo? Y urge el que lo indujo a la firma: venga vámonos, que ya en casa se lo explico.
Me quedo mirando al del banco y le pregunto que si esos ataques a mano desarmada no son delito, y el del banco se encoje de hombros y me dice, resignado, que no, porque el titular de la cuenta está en posesión de todas sus facultades.
No digo que la herencia de los padres no corresponda a otros herederos que no fueren sus hijos. Pero si es legada en vida, ha de ser de manera voluntaria y no a punta de bolígrafo.
Existe otra opción, y es pedírselo directamente, porque si los padres no ayudan a los hijos desinteresadamente cuando estos lo necesitan, ¿quién los va a ayudar? ¡Ah!, claro, el banco, pero con un 18% de interés.

martes, 9 de enero de 2007

La Red por la Paz



Me uno a la Campaña.
Ojalá que los granitos de arena que podamos aportar desde nuestros Cuadernos, sirvan para levantar un gran montón que impermeabilice para siempre al mundo contra todos, absolutamente todos, los ataques terroristas.
No es bueno que en este tipo de manifestaciones medien intereses políticos, y menos ahora mismo, en este tan delicado momento de la España del incipiente 2007, porque da la lamentable impresión que a cierto sector del gremio político no le interesa que el terrorismo acabe nunca, no se sabe bien porqué. Me da vergüenza tanta insensatez. Hablan alegremente, sin pudor, dicen que negociar con los terroristas no procede. ¿A caso la paz es improcedente?
¿Será porque no lo consiguieron ellos, que a escondidas también lo intentaron?
Tan pueril pataleta es un excelente de caldo de cultivo para ETA. Nadie dijo que fuera fácil llegar a un acuerdo con esos fetos mal paridos; se trata de un proceso histórico de gran envergadura, por ese motivo la unión entre partidos políticos y la ciudadanía es, junto con la palabra, la mejor de las armas. La contienda se prevé larga y pedregosa, pero no imposible.



domingo, 7 de enero de 2007

Biorritmos puñeteros

Balsemao (Portugal)
Hay días que se te baja el alma a los pies y acabas pisándola, aunque en esos momentos tampoco es que las suelas de las zapatillas estén para muchos trotes que digamos.
Me refiero a esas veces en las que te estorba todo, en las que molestan las posturas (no poses, eh) ajenas, sobre todo porque no estás elocuente y no te salen las palabras ni para argumentar o defender tu punto de vista. Esas ocasiones en las que provocan hastío las cosas que pocas horas antes encontrabas divertidas, esos días que te enfadas hasta con las etiquetas de la ropa que rozan el cuello porque rascan de una manera humillante y ni ganas ni fuerzas tienes para coger una tijera y hacerle la autopsia a la telita de las narices; esas jornadas, en fin, en las que hasta los adornos de la casa (aquellas figuritas tan monas que pones porque te gustan y quedan finas), agobian hasta el extremo de desear que desaparezcan para siempre en el vientre cuadrado y verde de un contenedor de basura.
La cosa es que hay momentos que el ritmo biológico está bajo mínimos y entonces no somos nosotros mismos, sino una caricatura en blanco y negro de nuestro reflejo en el espejo. Un asquito, de verdad.
Desde fuera quizás no se nos note demasiado, o por lo menos quien nos conoce lo que hemos querido mostrarle, o sea lo justo o menos, ni se entera de que “estás de lo tuyo”. Quien nos conoce un poco más sabe que algo nos pasa, aunque en realidad no nos pase más que la maquinita de los ciclos físico, emocional e intelectual está baja de combustible. Y claro, no tira o tira a trompicones. Desde luego que ni fuerzas para explicar que lo que de verdad nos sucede es que los puñeteros biorritmos se han confabulado para hacerte la pascua. Y hala, a esperar a que los señoritos vayan escalando, coordenada arriba, y lleguen a la cima.
Y cuando llegan, casi sin darnos cuenta, por fin el agua vuelve a su cauce.
Entonces sin saber porqué, mientras conduces, te entran otra vez ganas de volver a cantar la donna e movile cual piuma al vento... y lo repites... la donna e movile cual piuma al vento... Y así hasta la saciedad, como si no hubiera otra música en el mundo, pero es porque resulta que no sabemos cómo sigue y aún así tenemos la valentía de rematarlo con el tatatatarará... y quedamos tan agustito, como si no hubiera pasado nada. Y te miras en el retrovisor y hasta te ves más guapa. Y si eres chico, más guapo y hasta más machote. ¿No? (Le pregunto los chicos, que como son tan así ellos, nunca hablan del tema y no sé yo si también padecen de biorritmos. Es que cuando están enfadados no se para una a preguntarle estas delicadezas y, como cosa preventiva, los mandas directamente a paseo).

viernes, 5 de enero de 2007

Al otro lado del puente...


Puente de Brandilanes (Zamora)

La felicidad es un estado mental muy difícil de alcanzar. En ocasiones está al otro lado de ese puente que no hemos querido atravesar. Otras veces, sin embargo, la tocamos con la punta de los dedos... Permanece unos instantes para luego diluirse en el aire o hacerse lluvia que va al mar. Y así hasta la siguiente precipitación, que nunca se sabe cuándo va a caer.
Pero la felicidad también es conformarse con lo que tenemos y hacerlo bello*. A partir de ahí las imágenes interiores se amplifican, el alma se ensancha y ante nosotros se presenta un mundo íntimo tan rico, que a cada latido se genera un profundo bienestar.
*Entiéndase por belleza no la definición estética sino la aceptación de la suma de nuestros haberes interiores, sin pretender atesorar aquello que no nos pertenece salvo que nos sea regalado. Quiero decir que si nos regalan amor, aceptémoslo; sino no nos lo regalan... conformémonos con ser nosotros quien amemos. Si te regalan una sonrisa, guárdala para siempre en tu baúl de sensaciones; sino te la regalan... sé tú quien la esboce. No hablo de resignación, sino de sutíl rebeldía ante guerras que, aunque nos empeñemos, no tenemos porqué ganar.


(A ver cuándo lo pongo en práctica, que hablar bien se habla...)

Carretillo con Flores. Caseto de Vitoria (Alcañices)

lunes, 1 de enero de 2007

Primer día de enero

Inevitablemente ya estamos en el año dos mil siete de la era cristiana.
Suma y sigue, Universo.
No por ser día 1 de enero vamos a tener que imponernos metas ni apostar por promesas que raramente vamos a cumplir, ni tenemos porque poner nuestra mejor intención en llevar a cabo esas ya rancias cuestiones que a fin de cuentas bien sabemos que tampoco esta vez van a ser posibles.
Pero estoy segura que vamos a caer nuevamente en la tentación. Quien más y quien menos hemos (per)jurado hacer esto o aquello desde el mismísimo instante que asoma por la rendija de la puerta el flamante Año Nuevo. Y también quien más y quien menos olvidaremos, pasados unos días, esos firmes y sinceros propósitos que llevábamos posponiendo desde hace meses e incluso años, tales como dejar de fumar, comenzar la dieta, dejar de chatear, escribirle a no sé quien, decirle a no se cual que esto se acabó, comprar aquello tan caro, deshacernos del mueblecito hortera de la entrada, ir a visitar a la tía que lleva desde el 2001 en la residencia (y que la pobre va y fallece el día 12 de enero, precisamente la semana que teníamos previsto ir a verla, mecachis) y... un sin fin de cosillas de andar por casa que no tienen mucha más trascendencia en nuestro quehacer cotidiano. Y si la tuviera es un poco igual porque las promesas incumplidas de alguna manera son inherentes al ser humano, aunque sea uno mismo el remitente y el destinatario de ese compromiso.
De todos modos mucho más importante que todos estos pequeños deseos domésticos que vierten y revierten en uno mismo, son aquellas otras cuestiones que atañen al mundo y que provocan dolor, mucho dolor, pero que no hay manera humana de erradicar. Y si la hubiera (que la hay) no es nada rentable. No es nada rentable para la boyante economía occidental evitar que se mueran niños y adultos de hambre, de sida, de balas... Tres argumentos estos que cuestionan la moralidad de los que vivimos a este lado del planeta.
Desearnos felicidad, paz y amor entre nosotros, es fácil. Lo difícil es deseárselo a ellos...