martes, 7 de febrero de 2012

Tendiendo sueños


Se pueden lavar los sueños y tenderlos al sol para que se oreen, de este modo siempre estarán listos para ser soñados de nuevo pero con matices diferentes, sin que tengamos que aferrarnos a utopías que con el paso del tiempo se ajan, se alejan o dejan de ser probables.
Otra cosa es obsesionarse y acabar en un frenopático, pero eso ahora no viene  a cuento; hablo de la levedad de los sueños y no de modificar la psique.
La realidad a veces es tan dura que si no se aliña con fantasías o quimeras que nos hagan sonreír, sería improductiva y ni siquiera merecería la pena. Supongo que quien decide dejar de vivir es por que carece de sueños que hubieran enmendado o cambiado su realidad por otra más estimulante.
No importa que los sueños sean imposibles (casi siempre lo son), lo que importa es que esos sueños sean una terapia que ayude a positivizarlo todo, de este modo ya no sólo cuentas con una, sino con dos perspectivas de tu existencia ¿Qué más da que una sea materialmente imposible realizarla? ¿Acaso la realidad no es a veces imposible?
No podemos dejar de soñar nunca, los sueños forman parte de la realidad; aunque parezca una paradoja no lo es y puedo demostrarlo, pero sé que no hace falta.

sábado, 4 de febrero de 2012

Aceras



-Qué sí, cariño, voy, que ya te oí.
¿Cariño? ¿Le he llamado “cariño” al microondas?
No, por favor, no puede ser.
Soy una mujer de mediana edad, en pleno uso de mis facultades mentales, actualmente de baja por un problemilla que ya carece de importancia, pero vamos, que generalmente suelo hablarle al microondas como le habla todo el mundo cuando te avisa por segunda vez que ya está listo lo que sea,  con un “¡que ya oí, coño!”.
No sé, me estoy enterneciendo mucho, ¿pero tanto, tanto hasta el extremo de que ser tan afable con un horno signifique que la medicación me está afectando a la neurona del amor?
O tal vez sea, dicen mis amigas, que ya llevo mucho tiempo en casa…
Recuerdo que durante años y años mi hábitat natural era la calle. Una afectuosa mujer que pasó por mi vida dejando una entrañable huella, me decía que tenía que haber sido cartero. Y es verdad, reconozco que las aceras de mi pueblo me han dado siempre un resultado estupendo para mis historias imposibles, para mis cartas de amor que nunca he escrito, para mis viajes transoceánicos rumbo a islas pobladas por indígenas felices. Las aceras son una disculpa para examinar la vida a través de la espalda, el torso o los zapatos de quienes te preceden, vienen de frente o te  adelantan.
También sirven para no ver a quien tampoco quiere verte, para cambiarte a la de enfrente si en aquélla da la sombra, para toparte con alguien a quien llevas deseando ver hace tres días o para caminar sin más e ir hasta la Plaza por el placer de ir para luego bajar por la calle de los Labradores, ver el río y subir otra vez por la Herradura.
Sin embargo en las ciudades caminar por las aceras no tiene tanta literatura; la gente va siempre tan deprisa…