viernes, 30 de marzo de 2007

¡Volar!


Me gustaría, amparada en esta foto, escribir sobre la libertad. Caer en tópicos o en retóricas baratas hablando del tema es tan fácil... Y desde luego que servidora no está exenta de semejantes vícios. Por tanto delego en la cigüeña, eventual habitante con pleno derecho del campanario de la Iglesia de San Isidoro.
Ella hablará por mí
Su exposición del argumento es infinitamente más claro y conciso que hubiera sido el mío de manera que, a modo de conclusión, dejemos que su vuelo nos dibuje en el aire la forma exacta de la palabra libertad.
...
La imagen fue tomada frente a la Catedral de Zamora, a la que subí esta misma tarde, desde el Portillo de la Traición, mientras esperaba a una amiga.
Y bueno, dejo también esta otra foto, sacada justo debajo de la mencionada puerta cuya historia, tan unida a esta ciudad, se relata en el segundo vínculo. Al fondo, el domicilio de primavera del ave zancuda y familia. Su apartamento está situado en el ático, sin ascensor, peeeeero con mucha luz y bella panorámica.
Foto: Iglesia de San Isidoro (Zamora)

lunes, 26 de marzo de 2007

Algodón cien por cien

FOTO: Arribes del Duero desde São João das Arribas (Miranda do Douro. Portugal)


(A Anatema, amante y admiradora de Portugal, con quien tuve el honor de compartir café y conversación esta mañana. Con todo mi agradecimieto por los libros estupendos, de su autoría, con que me obsequió. Gracias, Concha).
Fíjaos qué tontería más grande voy a contar:
Desde que me alcanza la memoria, y me alcanza muchos años atrás… (aunque a veces las imágenes se recuperen distorsionadas o sencillamente maquilladas) desde que recuerde, digo, en mí casa siempre he dormido en sábanas que no son blancas, esto es: con flores, con rayas, con dibujos, pero blancas del todo ni me acordaba ya. Bueno, pues anoche puse en mí cama unas impolutas sábanas blancas nuevecitas del todo. A estrenar.
Como la alergóloga y el dermatólogo me recetaron exclusivamente ropa de algodón 100%, no he tenido más remedio que cambiar sobre todo los trapos que tocan directamente mi asquerosita piel. Y bueno, el otro día fui a Miranda do Douro, que es un pueblo portugués tipo, digamos por decir alguna cosa, Andorra, más que nada por la cantidad de tiendas que hay. La mayoría de son de ropa de cama, chandals, manteles, paños de cocina… y etcétera.
La cosa es que cuando vine para casa iba a retirar el resto de las sábanas que tenía, y me dio por mirar la etiqueta que traen cosida en un extremo (donde pone la composición, la forma de lavarlas y demás información de-esa-que-no-se-mira-o-se-mira-tarde) y resulta que la mayoría también eran de algodón 100%.
No sé porqué extraño motivo siempre había pensado que los lienzos cien por cien (por no poner otra vez sábanas) tenían que ser sólo blancos.
El caso es que acababa de traerlas de Miranda blanquitas como la nieve, y tenía la urgencia de hacer uso inmediato de las mismas. No me gusta nada de nada tener cosas en casa sin estrenar, me gusta probarlo todo aunque luego quede reservado para un por si acaso. Y ojo, no es una manía tonta, no. Pasa que tengo retenidas en mi mente y en mi retina prendas que nunca nadie estrenará… Pero eso es una historia que no voy a contar ni ahora ni nunca.
Para cambiar de tema y seguir con el mismo, voy a poner algo del pueblo luso mencionado. Tengo una amiga que me dice que acabarán haciéndome hija adoptiva, porque cada vez que tengo oportunidad, y si no la tengo me la invento, para allá que me voy. Y si no hace muy mal tiempo, me desplazo un poco a la izquierda y llego al Valle de las Águilas, desde donde se ven los Arribes del Duero en todo su esplendor. Y qué curioso, cuando en la margen derecha del río en reloj marca las 5 , en la izquierda marca las 6. ¿Sabe alguien por qué?
-¿Por la diferencia horaria entre países?
-¡Efectivamente!
Miranda es un pueblo muy cuidado, muy bonito. Su parte antigua, con sus restos de muralla, su catedral, sus callejas, sus paisajes… son un verdadero deleite. La zona comercial, digamos lo nuevo, es una sucesión de tiendas idénticas (docenas y docenas) pero muy bien colocadas y con cientos de aparcamientos perfectamente definidos en todos los rincones. Ese ayuntamiento (o câmara municipal), desde luego que tiene un criterio urbanístico envidiable. Además, el diseño de la mayoría de las fachadas de las casas construidas dentro del casco urbano es manuelino, que es el estilo nacional portugués, de modo que la uniformidad de la arquitectura emana una placidez que no sabría yo muy bien expresar aquí. Que no se me olvide decir que el sistema de ayuntamientos en Portugal no es ni parecido al español. Mientras que aquí todos sabemos cómo va, harto explicarlo, en el país vecino la cosa municipal está estructurada de otra manera: las Câmaras Municipales (ayuntamientos) tienen un Presidente da Câmara (alcalde) en cada Concelho (cabeza de partido) con dedicación exclusiva al cargo (entendiéndose de este modo que es una persona preparada para desarrollar el puesto para el que fue elegido). El concelho está formado por Fegresías (municipios anejos al ayuntamiento), y en cada una de ellas es designado un Presidente da Junta (algo así como alcalde pedáneo). La diferencia con España en cuanto a esa estructura es que las câmaras municipales se autogestionan, evitándole al ciudadano malos humores y quebraderos de cabeza, como con los que nos obsequian en este país nuestro los interminables trámites burocráticos.
O sea, esto es un envidiable sistema de gobierno local, llamado autarquía (
del griego autárkeia o autosuficiencia). Y... ya
Vaya tontería lo de las sábanas, ¿verdad?


miércoles, 21 de marzo de 2007

El campanario como metáfora

FOTO: Madrid, calle Alcalá
Las ciudades grandes tienen casi de todo.
Casi de todo excepto tranquilidad en sus calles, porque la gente siempre va con prisa. El reloj de las pobladas urbes se encoje y los viandantes se contraen hasta embutirse en su propia silueta. Sólo al intentar cruzar la calle, como si de un milagro urbano se tratara, sólo en ese instante se paran sus sombras, y esas sombras se relajan durante minuto y medio en la acera. Ese minuto y medio es el tiempo que tarda en ponerse otra vez en verde el semáforo de peatones.
Los habitantes de los coches de las ciudades inmensas van tan deprisa que carecen de sombra. Ni tan siquiera el minuto y medio rojo le permite noventa segundos de relajación: la mano en la palanca de cambio, el pie izquierdo clavado en el embrague, el derecho a escasos milímetros del acelerador y la mente tres calles más allá.
Las ciudades inconmensurables, por lo menos en sus zonas antiguas, suelen ser bonitas. Pero sus vecinos no se paran a mirar, por ejemplo, los campanarios porque en esas mega poblaciones no hay más que azoteas cuadradas que no se ven desde abajo. Las metrópolis modernas carecen de campanarios, pero tienen terrazas que casi nadie usa, salvo los chicos del servicio técnico de vía digital. Y aunque hubiera campanas, quién iba a escuchar sus tañidos, si los tubos de escape y los motores diesel absorben el silencio de la tarde. Es verdad que hay monumentos grandiosos, suntuosos palacetes, soberbias catedrales de otras épocas que nos recuerdan que las horas, los días, los años, los siglos perfectamente pueden permanecer para siempre esculpidos sobre tierra firme, sin necesidad de ir contra reloj. De no haber sido así, no hubiéramos gozado nunca de de esas solemnes obras arquitectónicas, cuya estética enriquece los ojos y el espíritu de quien las observa detenidamente. Ahora las fabrican con estructuras metálicas y cristales, conformando edificios que tienen los años contados…
Sobre las aceras amplísimas de las gigantescas ciudades la gente más que caminar, corre sin verse, sin mirarse ni tan siquiera al pedir disculpas por un empujón involuntario. Nadie mira a nadie a los ojos, ni nadie le inventa a nadie una nueva biografía de 15 segundos sobre el terreno. A mi me gusta inventarlas. Debe ser porque vivo en un pueblo y ando sin prisas; además, la ciudad que me corresponde es pequeña y tranquila, prestándose de maravilla ambos escenarios a mis veleidades biográficas.
Es cierto también que existen reductos verdes bien cuidados en esas capitalazas, con arboledas y metros y metros de setos bien peinados, y quizás con estanques y patos, pero... sometidos a un horario que le resta encanto a la noche. La antítesis de la naturaleza libre es… son las verjas ciegas en los parques y jardines municipales, con cerraduras infranqueables y dos guardias de seguridad uniformados en la puerta por un más que probable “por si acaso”... Por si acaso entraran los enamorados a hacer el amor a la hora de la luna, sobre el mantillo recién extendido por operarios del ayuntamiento, y aplastaran las petunias con sus revolcones amorosos. O por si acaso se le ocurriera entrar a un poeta solitario, convocado allí por sus musas al amanecer para dictarle el mejor de sus poemas.
Las ciudades modernas y amplias, caigo ahora en la cuenta, tampoco tienen sensibilidad.
(La foto es de calle Alcalá, de Madrid, en una mañana de entrañable recuerdo de la primavera pasada. Sin coches y a penas gente… Inédita imagen, producto de la casualidad)

miércoles, 14 de marzo de 2007

Movimientos mecánicos

Foto: Casa Pachito.
Me pasa muchas veces, algunas me río, otras me tiro de los pelos, otras lo achaco a mi avanzado estado de descomposición mental. Pero sé que también le sucede al resto del mundo y ya se sabe: mal de muchos…
Estuve como media hora buscando mis zapatillas de estar en casa, que son de cuadritos, muy monas. Miré en el sitio dónde habitualmente las dejo y... nada. Miré por los alrededores, debajo de la cama, en el armario, en el cesto de la ropa sucia, en la lavadora, en el tendedero, en el cubo de la basura…Y nada. Podía ponerme cualquier otro par, pero tenían que ser las burberry (de imitación, y con un incipiente agujerito en el dedo gordo del pie izquierdo). Estaba a punto de desesperarme. Remiraba en los mismos sitios y sólo encontraba las otras, pero yo quería aquéllas, que eran las que tocaba esta semana. Ya era una cuestión de honor.
Cuando me fui después de comer a trabajar, las había dejado en el mismo sitio de siempre. Y allí no estaban.
¡No estaban!
Me entretuve escribiendo la entrada anterior y parece que se me disipó momentáneamente el sofocón. Una vez acabada la jera, volví a emprender la búsqueda y captura de las dichosas zapatillas. Nada, ni rastro.
Media hora de mi vida dedicada a la infructuosa búsqueda de las alpargatas y mi malhumor iba in crescendo.
Las 9, hora de cenar. Me preparo algo y mientras tanto sigo dándole vueltas al tema. Ensimismada como estaba pensando dónde cognius podían haberse escondido, se me cayó al suelo el cuchillo con el que estaba pelando una manzana. Al bajarme a cogerlo, las vi. Las zapatillas de cuadros estaban perfectamente colocadas en mis pies, una en cada uno. Supe que eran las mismas que llevaba buscando más de media hora porque la izquierda tenía un agujerito en el dedo gordo. Y porque sólo tengo un par de ese modelo.
No sé
el momento exacto en el que me quité las deportivas y me puse esas. Naturalmente me reí de mi misma. Y le advertí a las zapatillitas de marras que como volviera a pasar una cosa así, las tiraba definitivamente a la basura, que a mi nadie me toma el pelo.
(La foto que pongo no tiene nada que ver con el tema, pero es que me encanta. La saqué hace un par de días en la casa que está rehabilitando Arroba, que es una enredadora).


Fundación Acerola


Bien, pues como que no quiere la cosa, y de manera oficial, desde este mismo instante queda constituida la Fundación Acerola.
Sin bases, ni firmas, ni artículos, ni apéndices, ni anexos ni nada. De manera anárquica, que es como más gustan estas cosas.
Someterse a normas, o a preceptos, o a leyes, o a gaitas en vinagre, es un coñazo que limita las alas de la imaginación y convierte a lo que sea en algo estático, cuadriculado, con aristas ásperas y cortantes. Con lo cómoda que es la flexibilidad, hombre, por dios.
Y bueno, sin santos por medio a quien rezarle,
también damos paso al Día Intrenacional de las Acerolas que, según su Presidente, el señorito Juanmi, será cada 7 de marzo, ya por los siglos de los siglos. Y que nadie diga amén, eh.
La verdad…
siempre me hizo ilusión tener una fundación, y mira tú por dónde que lo acabo de conseguir. Fundación Acerola. Qué bien suena.
A cambio me comprometo, ya lo dije en una reseña de la entrada anterior, a enviar a
todiós que me lo solicite, unas acerolitas para su deguste y posterior siembra de semillas (tal y como Calaíto nos explica que explica esta página que vinculo, y que ya Moony nos había dado alguna pista) al objeto de no dejar extinguir el árbol y, en la medida que nos sea posible, extender la especie por todas las comunidades posibles. Y un buen día, cuando la Tercera sea de facto, el acerolo será el símbolo. ¡Ay! ¿Se imagina usted, Jovekovik?
En cuanto a saborear el fruto al natural o en mermelada y/o en tarta, pues es una propuesta que queda en pie y que iremos perfilando a lo largo de los días venideros. ¿Oyó, Mafalda? Sin duda mis amigas y vecinas Arroba y Quetta colaborarán en tan magno acontecimiento.
Como esto me hace muchísima ilusión, abriré una dirección nueva de correo para ultimar detalles de envío y eso. La cosecha es en julio o agosto, o sea que queda tiempo.
De todos modos, como estoy loca de contenta (loca a fin de cuentas), acabo de hacer otro entre paréntesis y acabo de crear una cuenta hotmail, que suena a gloria bendita:
fundación_acerola@hotmail.com
Aviso que puede suceder algo que abortaría todo el plan: una mala helada, allá por finales de abril, principios de mayo, que queme la flor de mi arbolito. Y, lo que es peor, la flor de todos los árboles de la zona. En la foto que ilustra, se ve su estado de floración a la tarde de hoy, porque antes de subir a casa, salí al huerto a inmortalizar el instante. Y helo aquí.
Esto quedará seguramente en agua de borrajas, pero qué momento más emocionante estoy viviendo. Es que una es así de simplona. Me conformo con tan poquito que a veces hasta me dan ganas de darme un beso en los morros.

martes, 6 de marzo de 2007

Acerolas


Foto: Acerolas de mi huerto (verano de 2006)
¿Sabe alguien qué son las acerolas? No sé si tiene otro nombre, quizás el científico no sea ese, pero tampoco me hace falta saberlo.
Tengo en mi huerto uno. Un acerolo. Nos costó años hacernos con él, y al final en un vivero de León apareció. El verano pasado fue el primer año que dio fruto después de unos 10 años plantado. Pero yo ya sabía que necesitaba un proceso largo para enraizar y adaptarse. Lo sabía porque me lo habían dicho, por eso no me desesperé.
El fruto tiene forma de manzana, pero en pequeño, poco mayor que una aceituna, su sabor es agrio y dulce a la vez. Cuando están maduras son como manzanitas rojas. Se come todo. O al menos yo como todo, hasta la simiente.
Supongo que será un injerto entre manzana y otra fruta, o entre dos manzanos de distintas variedades, uno acido y otro dulce. La verdad es que no tengo ni idea y a lo mejor lo que estoy diciendo es una tontería. Parece mentira que sea de pueblo y desconozca el origen de las cosas de la huerta.
Sin embargo, es curioso, pero no tengo necesidad de saber nada más de lo que sé de las acerolas, me basta así, primero las degusto y luego saco conclusiones. Conclusiones peregrinas de una fruta peregrina.
El origen de mi empeño por este manjar se remonta a mis primeros años de colegio, aquí, en mi pueblo. Las monjas no nos dejaban entrar a la huerta que tenían, a la que se podía acceder fácilmente por una puerta que quedaba justo a la derecha, según se salía, de la clase de parvulitos. Y precisamente por la prohibición y por la facilidad de infringir la norma, nos colábamos en los recreos en ese paraíso en el que además había un bidón con agua que hacía las delicias no sólo ya de los más pequeños, sino del resto de los cursos. Recuerdo también que había manzanos, perales y un membrillo, justo como el que estaba en el jardincillo del patio. Las peras y manzanas no me llamaban la atención; el membrillo tampoco, salvo el color, el olor y la suavidad aterciopelada de su tacto. Sin embargo las acerolas eran la fruta prohibida. Bajo ningún concepto podíamos coger ninguna. Y mira que un acerolo puede dar miles de acerolas en la temporada, ¡miles! No sé para que querían tantas las hermanitas. Ojalá revienten con ellas, era la frase que más usábamos cuando una de las monjas hacía guardia al lado del tronco mientras otra nos espantaba y, con aspavientos y amenazas, nos invitaba a salir al patio.
Cuando me fui a Zamora a hacer 1º de B.U.P., allí quedó el árbol y el colegio, y dentro del colegio, la avaricia de las monjas.
A los pocos años ese colegio, que era (y es) un palacio propiedad de los duques de Alba y Aliste, también marqueses de Alcañices y no sé cuántos títulos más (¡Viva la República!), se convirtió en una residencia de ancianos. En la remodelación que hicieron se cargaron el acerolo. Y también la sala del piano, que era negro y, salvo una monja, nadie más sabía tocar. A la entrada de esa sala, en un portalón grande, había un cuadro que representaba un claustro; sólo estaban pintados arcos y cielo. A decir de los expertos (de secano casi todos los consultados) carece de calidad, pero para mi tenía un significado muy especial.
Por estas casualidades de la vida, ese cuadro actualmente es de mi propiedad. Lo tenían, hace unos 10 años, tapando una gotera en el garaje de la casa de los curas. ¿Y qué hacía yo en el garaje de los curas, verdad? Pues nada porque nunca he estado. Pero me enteré de lo de la gotera y se lo pedí.
Quen no chora, non mama.

domingo, 4 de marzo de 2007

Carta personal

Blogosfera, cuatro de marzo de 2007
Estimada Persona:
Hace tiempo que quería escribirte desde este espacio blanco e infinito en el que ubiqué mi Café. Ahora, que se han ido los clientes y la cafetera aún está humeante, me siento en esta silla, junto a la mesa más alejada de la puerta, y me dedico a ti. Por unos instantes seré tuya en esencia, aunque mi cuerpo y mi alma sigan perteneciéndome para siempre.
No tengo un motivo exacto para escribirte, ni una sola razón que justifique esta carta, sin embargo tengo la necesidad de hacerlo.
Ante mi tengo un café con leche, con medio azucarillo que acabo de diluir entre el aroma que se escapa de la taza y la soledad de este preciso momento en el que te recuerdo. No, no me siento sola, no quiero que pienses que te escribo porque añore tu presencia. Me basto para entretenerme, pero ahora quiero prescindir de mi y tú serás el único universo.
Quiero contarte, entre sorbo y sorbo, que la vida se compone de instantes precisos e imprecisos, y que la muerte sólo es la última condición de la existencia. Saber vivir puede convertirse en un arte y tod@s podemos llegar a ser artistas. Hay quien se niega a aprender y su vida trascurre entre bambalinas de tedio y baúles vacíos de esperanza.
Quiero que sepas que adoro el mar y los veleros con la misma entrega de quien adora a un dios en el que cree y al que le reza porque le teme. Pero yo no temo al mar; esa es la diferencia entre ambos fanatismos.
Quiero añadir que veo enloquecer, cada segundo, al mundo, que no entiendo la violencia ni la ambición. Semejante binomio provoca odio, que es el peor de los venenos cuyo antídoto, qué mala suerte, está aún por descubrir.
¿Sabes qué pienso también? que el futuro no existe sin el presente y que el presente es el fundamento de la vida. Anclarse en los recuerdos es perder la noción de los días; premeditar el futuro es anular las emociones que nos circundan en el instante mismo que se generan.
Quiero que sepas qué opino del amor. Opino que es la base fundamental de todo, pero ya sé que eso lo sabes tú también. Y l@s dos también sabemos que es tan difícil mantenerse en pie cuando perdemos una batalla que por instinto hincamos las rodillas en el suelo, en un acto de sumisión ante la desesperanza de una derrota propiciada por el desamor. Por otro lado, aún hay gente que ignora que amar no tiene límites y no sé muy bien porqué se empeñan en formalizarlo asignándole género.
Posiblemente no daría mi vida por ti, pero tampoco permitiría que nadie te la arrebatara, porque de lo único que somos dueños precisamente es de nuestra propia vida, con todas las taras, con todos los anhelos, con todos los secretos y virtudes que conforman lo que somos. Porque no somos piezas de un rompecabezas, somos pequeñas unidades que forman una sola unidad porque a la vez de ser individuales, somos el engranaje de un colectivo. Sin los demás no tenemos capacidad y nuestro ser mengua hasta convertirnos en meros proyectos de persona. También es cierto que somos pura contradicción, pero eso no sabría explicarte porqué y, permíteme la licencia, dudo que tú lo sepas, claro que tampoco es condición necesaria para entendernos.
Y hablando de personas, si todos lo somos, si todos somos seres humanos no sé porqué ni quien inventó que la diferencia está en el color o en el poder adquisitivo.
He tomado el último sorbo de café y está empezando a llover.
Una vez cumplido mi deseo de escribirte, estimada Persona, sólo me resta desearte una feliz estancia dentro del mundo, que por otro lado es el único que tenemos y desperdiciarlo sería el más grande de los errores.
Recibe un cálido abrazo.
Angelusa

jueves, 1 de marzo de 2007

Uno de marzo

FOTO: Patio de vecinos. La Pedrera. Barcelona

Uno de marzo de dos mil siete.
¿Y...?
Se supone que la vida sigue por idénticos cauces que hasta ahora, ¿no?, salvo pequeños cambios a penas perceptibles que se irán dando a través de los nueve meses siguientes. O ciertos cambios ligeramente sustanciales que delimitan un antes y un después.
Pueden suceder en cualquier instante, en cualquier estación: un buen día te levantas, como siempre, y a media mañana algo podría acontecer que cambiara un poco el esquema que se había trazado. Pero aún así, esa consecuencia acabaría formando parte de la normalidad y la vida seguirá paralela a uno mismo. No sé… por ejemplo (permítaseme la frivolidad materialista) que nos toque una cantidad estupenda en la lotería. Sin embargo esto puede pasarte cualquier día, en cualquier momento, en cualquier esquina o acera en la que haya una administración de apuestas del estado.
Es sencillamente sólo cuestión de suerte cuya trasncendencia es la que se le quiera dar sin que ello aporte necesariamente bienestar o felicidad. El mundo está salpicado de millonarios infelices que siempre quieren más y más y que nunca se hartan. Eso, más que ser rico, es ser miserable.
Lo que realmente podría cambiar nuestras vidas a partir de este mismo instante sería que, por arte de magia, aquel deseo que impera dentro de cada uno se convirtiera en algo tangible y ya para siempre. Y no me refiero a deseos que se puedan pagar con dinero, ni a encontrar mitades de cítricos que te den zumo amoroso, ni nada que esté al alcance de otras manos y que puedan obsequiarte con ello, no. Me refiero a otro tipo de cuestiones. Aquellas que de verdad perpetuaran para siempre la sonrisa en nuestra cara y la felicidad en nuestra alma.
Pero me parece que los milagros siguen siendo imposibles…