sábado, 30 de diciembre de 2006

Olores y perfumes

He descubierto, con antihistamínicos por medio, que también se puede vivir sin olores. Mejor dicho, sin perfumes.
De pronto una se da cuenta que las cosas tienen un aroma específico, un olor que huele a ellas mismas, sin aditivos ni colorantes que las hagan oler a lo que no son. La piel, por ejemplo, huele a piel. Dicho así parece una memez, pero puedo explicarlo, señoría. Con la venia...
Desde hace años, muchos años, mi cuerpo serrano olía a colonia, a suavizante y jabón de lavadora, a jabón de tocador, a gel de baño, a crema de manos, a crema corporal (esa que es más fluida), a... no sé... ambientadores (se echan en casa e inevitablemente alguna gota pulverizada aterriza en la piel de quien esté debajo). Resulta que el papel higiénico también es perfumado, y las toallitas que se llevan en el bolso para limpiarse las manos cuando sales a comer fuera. Las mismísimas compresas de celulosa también llevan perfume, los pañuelitos de papel ídem.... En fin, que un sinnúmero de productos de uso y abuso habitual hace que el olor natural uno mismo y de lo que nos rodea se enmascare y huela a marca comercial.
Pero... descubrir de pronto que las sábanas no huelen Vernel, es todo un hallazgo.
Es cierto que en muchas ocasiones asociamos a alguien determinado con un olor, el olor de su perfume habitual. De manera que cuando hueles ese mismo olor en otra persona, irremediablemente te lleva a la primera. Podríamos decir que un perfume a veces forma parte de la personalidad de alguien. Pues no. De eso nada. Desde hace tres semanas sé que esa teoría (que por otro lado me acabo de sacar de la manga), se desbarata por sí misma.
Otra cosa son los olores de la Naturaleza, esto es, el olor a hierba, a plantas, a corteza de árbol de los montes y los campos; el olor a rosas y demás flores en los jardines. O ese olor penetrante cuando nos sumergimos en un pinar, o el olor a madera cuando pasas por una carpintería en la que nieva serrín. ¿Y el olor de un bebé recién bañadito? Eso sí que es aroma...
Este tipo de olores, cuya insistencia por parte de los laboratorios para emularlos es realmente asombrosa, este tipo de olores, repito, forman parte de la vida y salvo en los sitios contaminados por mor de la industria, en estos pueblos nuestros la Naturaleza nos los ofrece en estado puro.
El mar, por ejemplo, allá donde tienen el privilegio de tenerlo, huele a mar. ¿Y a qué huele el mar? Mmmmm.... Ese olorcillo salino y frío que lo impregna todo a medida que te vas acercando a la costa... Aún no está embotellado. Debe ser imposible.
Pues nada, que resulta que desde hace un tiempo tengo alergia a todo tipo de perfumes y la alergóloga me los ha quitado. En el fondo me estoy empezando a alegrar. Y en la superficie también.

miércoles, 27 de diciembre de 2006

Piel...

Términos de San Juan del Rebollar y Tola de Aliste (Zamora)
¡La piel! La piel es el órgano sensorial por excelencia, pero no me refiero al sentido científico estricto, sino a algo más profundo... Me refiero al la piel como sentimiento o mejor dicho, como reflejo de sentimientos. Querer expresar lo que es la piel, la influencia que ejerce en nosotros, sobre nosotros, es tarea ardua. Definir algo tan especial con sólo palabras es quedarse a medias. Se necesitan gestos y, evidentemente, en un texto los gestos no se pueden plasmar.
Quiero decir que... cuando algo nos emociona, la piel se estremece.
Cuando somos felices, la piel se tersa.
Cuando sufrimos, la piel se aja.
Cuando intuimos, la piel se pone alerta.
Cuando la ternura nos invade, la piel se dulcifica.
Cuando se nos cae el mundo encima y una mano amiga se posa en nuestro brazo, la piel transmite.
Cuando nos acaricia alguien a quien amamos, la piel se contrae.
Cuando acariciamos a alguien a quien queremos, la piel se dilata.
Cuando detestamos a quien nos está tocando, la piel rechaza.
Cuando la soledad nos trae recuerdos de un amor pretérito e imposible, la piel se acurruca de nostalgia.
Cuando en la noche necesitamos otra piel que no está, nuestra propia piel se bifurca.


Etcétera, etcétera, etcétera.


Una caricia (dada o recibida) es el máximo exponente del amor, del AMOR con mayúsculas; aquel que puedes profesar sin que medie la enajenada pasión que hace que el mismo amor no sea necesidad de amar sino necesidad de poseer.
Acariciar la piel ajena es darlo todo sólo a cambio de unos instantes de emoción, aunque nadie más que uno mismo pueda percibirlo.

domingo, 24 de diciembre de 2006

Ayer por la tarde, una mujer a la que no conocía...

Bercianos de Aliste (Zamora)
Ayer por la tarde una mujer a la que no conocía me saludó muy efusivamente; me dio un par de besos, me preguntó por mi estado de salud y el de mi familia, y me deseó muy felices fiestas, y también aprovechó para contarme brevemente una tierna anécdota de su nieto pequeño -que celebré como si lo conociera- y bueno, me dijo lo del "susto que me dio Juan" y de lo bien que estaba evolucionando, pero de lo mal enfermo que era (de manera que acabé concluyendo que era su marido). De verdad que me alegré de la mejoría del hombre, aunque no tenga ni repajolera idea cual fue el motivo de su paso por quirófano. Y no me parecía oportuno preguntar, no sé bien si porque ella daba por hecho que yo conocía al dedillo el historial clínico del señor Juan, o bien porque si le preguntaba me arriesgaba a que ella misma me narrara todo el proceso pre y post operatorio, paso por paso, apósito por apósito, punto por punto o lo que es lo mismo, sutura por sutura. En fin, que no, que hay gente que se lía a contarte sus batallitas hospitalarias, recreándose en ellas de tal modo que acabas operada y con fiebre. No sé si este hubiera sido el caso, porque mi desconocida señora no parecía una mujer a la que le gustara detallar, eso se nota al cabo del primer minuto de conversación, auque meter baza, lo que se dice meter baza, no es que me hubiera brindado muchas oportunidades en los 6-8 minutos que estuvimos juntas. Por otro lado, ella tenía prisa porque la esperaban su hija y su yerno en los soportales de la plaza y parece ser que a su yerno no le gustaba esperar por nadie. Ya sabes como son los hombres, me dijo con un gesto entre resignado y complaciente, con ese movimiento de cabeza que va perfectamente coordinado a la vez con los ojos medio abiertos/medio cerrados y los morros fruncidos.
Yo estaba un poquito cortada porque aún no había descubierto quien era la amable mujer que se había dignado a parase a saludarme aún a riesgo de que su yerno le montara un pollo. Pero mis dudas se disiparon cuando me preguntó si mi hermana había aprobado ya las oposiciones y que bueno, que de lo otro... mejo no hablar, ¿para qué?, las cosas cuando viene mal dadas es mejor no removerlas, maja... Bueno hija, que me voy ya que estos estarán preguntándose si me habré perdido. Dale recuerdos a papá y a mamá y que felices fiestas para todos. Los niños tuyos ya estarán grandes, ¿verdad?
Bien, pues resulta que no tengo ninguna hermana, mis padres ya no están y nunca he parido. Pero no me dio tiempo a contestarle nada más qué: gracias, igualmente para ustedes, que siga bien Juan. Conste que no trataba de ser irónica en absoluto, pasó que lo último me lo iba diciendo a medida que se alejaba y no era cuestión de ponerme a gritar para desfacer el entuerto, ni de entretenerla más (su yerno...) para decirle que se había confundido de persona, además... me había involucrado de tal manera en la conversación, aunque fue ella quien lo dijo todo, y me pareció tan entrañable la mujer, que no tuve valor para sacarla de su error.
En fin, que a veces suceden estas pequeñas cosas y apetece ponerlas a disposición de los demás, sobretodo para valorar si mi actitud fue la correcta o no. Por si me vuelve a pasar...

jueves, 21 de diciembre de 2006

Divagaciones de una tarde de jueves

Torre del Reloj. Alcañices (Zamora)
Las horas se multiplican por esporas cuando la tarde se desmaya sobre las paredes de mi casa. Un día de estos dividiré entre cinco las utilidades del reloj para darme menos tiempo y hacer más interesantes los minutos que me sobran.
(Benditos sean los recursos abstractos porque no tengo que buscarle justificación ni darle forma racional).
Esta mañana, antes de que sonara el despertador, ya estaba despierta. Me había cansado de dormir y se me ocurrió ponerme a pensar. Pensar en ayunas no tiene que ser bueno; un pensamiento profundo a las ocho de la mañana puede provocar úlcera gastroduodenal. No sé si lo he leído en algún sitio o me lo he inventado.
Otro efecto secundario de pensar en ayunas, metida aún en la cama, es que te puedes volver a quedar dormida hasta que por fin suena, histérico, el relojito de marras a la hora convenida. Y entonces me doy de plazo cinco minutos, cinco minutos más por favor... Y al final me pasa lo inevitable, lo que casi nadie desea que pase nunca a esas horas, lo más ingrato, lo menos apropiado ... ¡tener que levantarme!
¡Qué sintético parece a veces todo! ¿No sería mejor actuar de forma anárquica, cada cual en su mundo, a lo suyo, en su estado natural, en su hábitat, sin tener que medir el tiempo, ni pedir permiso, ni sentir remordimientos...?
Total, para acabar todos en los autobuses del inserso camino de Benidorm, no entiendo porque hace falta estructurarlo todo tanto, colocar cada cosa en su sitio -que no tiene porque ser el adecuado-, obedecer unas normas tan estúpidas a veces como incoherentes otras. Y encima someterse a voluntades ajenas, que acaban castrándonos la mente para convertirnos en ciudadanos de primera.
¡Ay, qué manera esta de vivir!


Claro que bien pensado, la vida en sí no deja de ser una historia surrealista con final pactado (Precisamente en esto pensaba yo esta mañana antes de quedarme dormida por segunda vez).

lunes, 18 de diciembre de 2006

Villancico para ateos

Puesta de sol en Vivinera (Zamora)

Detesto la Navidad con todas mis fuerzas y sin embargo ¡ironías de la vida! participo de ella, o en ella, ya sea poniendo un árbol modelo hortera (saturado de luces intermitentes y que dependiendo la velocidad que le meta, desde lejos puede parecer la niña del exorcista bailando un tuis), o ya sea montando un belén con todo lujo de detalles. Incluso hay años que las dos cosas. Yo, que hace décadas dejé de creer en nada establecido por la santa madre iglesia católica y la puta que parió a estos y otros ritos de pacotilla, voy y lleno mi casa de artilugios multicolor que anuncian una feliz navidad. Será, posiblemente, para sustituir las ausencias que pueblan mi vida... Y ya ves, en un acto en absoluto heroico sino más bien masoquista, me armo de valor y monto el belén y el árbol y mientras lo monto no puedo dejar de recordar como sería el mundo, mi mundo, si estuviéramos tod@s... A veces una lagrimilla indiscreta resbala por mi mejilla y siempre me digo ¡que te está entrando gripe otra vez, bonita! Aunque... este año tendré que inventarme otra excusa, porque tengo gripe desde hace dos días, y hoy precisamente está en su momento más álgido, de manera que tendré que improvisar otra enfermedad pasajera en la que de vez en cuando se llore un poquito porque esta misma tarde voy a montar los trastos navideños de los cojones, salvo que la fiebre me lo impida y entonces lo pospondré hasta mañana o pasado.
Qué cantidad de esfuerzos para nada... el día 7 de enero se habrá acabado todo y vuelta a meter en las cajas las piezas que conforman la farsa.
Al depositarlas, perfectamente envueltas para que no se rompan, por suerte se deposita también la tristeza intrínseca que conlleva este tipo de rituales tan... (iba a decir tan inhumanos...).
Luego están los anuncios de la tele, donde todo es tan precioso y tan perfecto que da grima. Y las películas en las que hasta el mando de la tele rebosa amor y babas a partes iguales. Y las felicitaciones de “paz, felicidad y amor para ti y tu familia” que recibes de aquellas personas de las que ni recuerdas su existencia durante el resto del año y que son una copia exacta de las tarjetas de las 15 navidades anteriores. Y que encima vas y a vuelta de correo, como si fuera coña, devuelves con los mismos pseudos-deseos fotocopiados. Gracias, pero paso de tanta ciencia ficción.
A mi familia y a mi lo que nos hace falta es que nos toque la lotería porque visto lo visto, los reyes magos solo le llevan los regalos buenos a los ricos que se los pueden autofinanciar. Por cierto, los niños pobres es igual que hayan sido buenos o unos herejes, porque sus majestades no pasarán con sus camellos por los suburbios ni por las aceras sin asfaltar de sus humildes casas.
Para que luego digan de la República no tiene sentido...
Ahora bien, nada tengo que objetar –ni se me ocurriría- ante la emoción de tanta gente que realmente palpa el espíritu navideño en cada mordisco de turrón, en cada bombilla del árbol, en cada beso de felices fiestas, en cada uva de fin de año, en cada copa de cava...


Tengo fiebre, estoy sudando. Me preparo un colacao y me acuesto. El belén puede esperar perfectamente un día más o... un año más.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Cenceño





Ayer y hoy amanecimos envueltos en cenceño. El cenceño es escarcha blanca que se posa en los sitios cuando hay a la vez niebla y muy bajas temperaturas. No es helada ni nieve, pero se parecen. Ignoro sé si se denomina así en culaquier otro lugar de España, aquí en mi pueblo desde luego que sí. Me gusta la palabra porque si se cierran los ojos y mentalmente se pronuncia varias veces (cenceño, cenceño, cenceño, cenceño...) se acaba visualizando el efecto y entran escalofríos. Y me gusta también porque el paisaje queda estático, bellísimo, como sacado de un cuento de de niños con bufanda y gorrito de lana y la naricilla roja, que tras varios días de búsqueda infructuosa, al final acaban encontrando a su perro gracias a un mendigo bueno que acaba yéndose a vivir con ellos, como si fuera el abuleito que nunca tuvieron. Un cuento con final feliz. Como todos los cuentos que se cuentan a los niños: primero se les hace sufrir con las desventuras de las primeras 39 páginas del libro, hasta llegar a la 40, en la que por fin se soluciona todo. Y los niños entonces sonríen porque son felices. No importa que se les cuente cien veces el mismo cuento, porque la reacción ante el desarrollo del argumento siempre es la misma: carita de pena al principio y sonrisa de orilla a orilla al final.
¡Qué cosas!
¿Aún se cuentan cuentos o directamebnte se enchufa al niño en el ordenador y se le pone un audiolibro con voz de lata, o un video juego en la tele?
Si yo tuviera niños, todas las noches les contraía un cuento. Pero como no tengo, me lo cuento a mi misma.

Fotos: 1) Cenceñada detrás de mí casa
2) Cenceñada delande de mí casa


jueves, 14 de diciembre de 2006

Para Nac


Camino viejo de Mellanes (Zamora)
Una niebla espesa lleva desde esta mañana cubriéndolo todo y a penas se ve más allá de ella. Se ha instalado sobre los tejados y las chimeneas parecen trenes en marcha que no quieren comenzar nunca el viaje. A ratos se intuyen luces de coches que van y vienen inusitadamente lentos.
Destellos de una navidad cada vez más prematura se dejan entrever tras los cristales de alguna parte de la casa de enfrente. O no... ahora que recuerdo es el árbol con luces de colores que colocan a la entrada, detrás la verja del jardín. Lo sé porque todos los años lo ponen en el mismo sitio, pero tres semanas o cuatro antes de lo que hace años se entendía por habitual.
Cuando hay niebla me gusta imaginar cosas nuevas. A veces no tengo inconveniente en cambiar -de manera inconscientemente consciente- lo que hay detrás. Me gusta imaginar paisajes nuevos de mi viejo pueblo. Paisajes imposibles en un pueblo imposible.
Hay ocasiones en las que imagino que detrás de la pared de mi huerta en vez de más huertas, está el mar. ¡A cincuenta metros de mi ventana... la mar!, ¿te imaginas, Nac? Y puedo escuchar perfectamente el ir y venir de las olas que mecen a Poseidón, rodeado de una cohorte de sirenas ávidas de que les explique los secretos que esconde el fondo, siempre misterioso y bello, de todos los océanos. Y si afino más la vista, mi imaginario campo visual ve un velero. Y si me esfuerzo un poquito hasta puedo distinguir la silueta de quien está en cubierta. Y sonrío... Sonrío porque soy yo.
¿Y sabes qué quiero decirte con esto, Nac? Quiero decirte que cuando ya no vivas aquí -aunque vuelvas siempre con la frecuencia que tus obligaciones te lo permitan- Arroba y yo podremos ir a visitarte tantas cuántas veces queramos. Sólo se trata de cerrar los ojos y subirnos a mi barco para ir a donde estés. Bueno... y también nos queda el cuartito virtual que decoraste, en el que nunca falta una buena ensaladera a rebosar de fresas. Fresas con Nati. ¿Ves qué fácil es todo si se quiere que sea fácil?

martes, 12 de diciembre de 2006

El Grito

Abro esta mañana el Google para desayunar el País mientras miro el café con leche (y galletas doradas Marbú), y lo primero que veo es "El Grito".
Me gusta este cuadro, siempre me ha gustado. Trasmite desasosiego, miedo, inquietud. Pero evidentemente no me gusta por eso, sino por la impresión interior que me causa, por la fuerza que emana, por la gravedad de los trazos que dibujan no ya a alguien gritando, sino al grito en sí. Es como un milagro: el grito realmente se escucha y el cuadro deja de existir para convertirse en un único alarido.
Pensé que era una alucinación porque, aunque dormida, me había pasado toda la noche gritando en silencio. Eran gritos expresionistas, como el de Munch. Gritos secos, pavorosos. Gritos que clamaban clemencia. Me desperté varias veces aterrada, e intentaba dormirme soñando sueños eróticos, pero no, imposible; ni dormida ni despierta el erotismo acudía a mis sueños.
Cuando la piel está aquejada de una estupida alergia pierde sensibilidad y sin sensibilidad el erotismo es imposible. Lo único que me calma, vaya por dios, es la crema Nivea. Nada de fármacos de laboratorio, sino Nivea. Ni hablar de cremas con cortisona, ni de extracto de aloe vera. Nivea, Nivea. (Bueno, la cortisona si que acalla los gritos extenuados de mi piel, pero no quiero corticoides en mi vida. Ya se sabe: "pan pa hoy, hambre pa mañana").
Sopsecho que Munch también tenía ezcemas.


Valle de Palazuelo, Alcañices (Zamora)
Esta foto, de los últimos días del verano, se la regalo a mi amiga Arroba, que para eso me acompañó ayer a Salamanca, para que no hiciera ninguna rotonda alrevés.
Jodías rotondas...

sábado, 9 de diciembre de 2006

Pasta con piña

Entre mis innumerables virtudes desde luego que la de cocinera no figura, sin embargo hoy me lucí en la cocina. Tocaba hacer un primer plato y ¡ay que si lo hice!
Qué rico me quedó, de verdad de verdad.
La receta me la habían chivado ayer y con alguna que otra variación, esta mañana me puse el mandíl y manos a la obra.
A ver (estas cosas gusta compartirlas):
Ingredientes:
-Pasta de esa que se usa para hacer fidegüa, fidewa, fideua o como se diga.
-Cebolla y ajos (bastante cantidad de ambas cosas; perfectamente laminados estos, y cortada en pequeño aquella).
-Almejas (de lata, si son de las chilenas se cortan en trozos pequeños, aunque la receta original es con gambas peladas, pero no tenía).
-Piña (natural o, en su defecto, de lata pero que sea en su jugo, no de la que lleva azúcar).
-Sal.
Preparación:
-Una vez que empieza a hervir el agua, se mete la pasta y se deja hasta que esté (unos 10 minutos o así). En una sartén se pone aciete, y cuando está empezando a hechar humo -señal inequívoca de que ya está caliente-, se echan el ajo y la cebolla a la vez; al cabo del rato, cuándo un@ se imagina que ya están perfectamente pochados, se le añade las almejas y la piña, que previamente se ha troceado (cuanto más pequeñitos los trozos, mejor, más cunden) y se dejan hacer un momento (a ojo).
Se escurre la pasta, se le añade la fritura revolviendo para que todo quede bien repartido. Y ... ¡bon apetit!
Pero ¡ojo!, cuidado con la cantidad de pasta (aún contando con repetir), que sin ir más lejos me sobró más de la mitad. Sin duda las gallinas de Matilde me lo agradecerán.
¡Ah! tomate, que se me olvidaba. No lo puse a la vez, sino a parte, de manera que cada cual se sirve a su gusto. Por cierto, la salsa de tomate era casera, pero supongo que con la que se compra también quede bien. Hay que calentarlo primero, eh, que la pasta pierde mucho si el tomate está frío.
Ya.
Y bueno, que qué facilita, ¿verdad? Y además rapida, porque una de las cosas que peor llevo en esta vida es estar aguantando los efluvios de la comida mientras se está haciendo, y si para más inri es fritura de algo, apaga y vámonos.
Para celebrar el éxito, después de comer me fui a Miranda do Douro, a sacar fotos. Es bueno premiarse cuando satisface lo que se ha hecho. Esta foto que pongo es una muesta de ello.

Viniendo de Miranda do Douro (Portugal)
No existen palabras que puedan descibir del todo la belleza de una puesta de sol...

jueves, 7 de diciembre de 2006

El chico del Este

Leyendo el cuaderno del bueno de Jean Bedel, en una entrada que titula Inesperada charla, se me anotoja escribir una anécdota que nos pasó el otro día con un chico de Europa del Este y que es digna de ser difundida. No recuerdo el país de origen del muchacho, pero eso no importa demasiado, lo que quiero decir es que no era español.
Convocadas por una amistad que vino de Sevilla a pasar una semana, nos fuimos a comer a un restaurante de mi pueblo. El camarero que nos atendió fue el chico mencionado. Que vaya ustéd a saber porqué extraño motivo llegó preciamente a este sitio, tan pequeño y tan lejos de las grandes urbes -dicho sea en plan fino-.
Para hacer honor a la verdad... el porqué realmente lo sé, aunque no me lo haya dicho nadie...
El servicio que nos prestó no es que fuera bueno, es que fue totalmente exquisito. Educación, discrección, rapidez. Tres normas que, al menos juntas, no son muy comunes en camareros o mozos de mesas (suponiendo que se llamen así, que ahora que lo escribo me suena muy antiguo y, la verdad, sin mucha definición, pero bueno... no lo borro).
Pagamos la cuenta. Nos trajo la vuelta, que eran 8 euros de nada. Una de nosotras le extendió el bilelte de 5 € de propina y el chico, rechazando la miseria de billete (5 putos euros que a penas tienen valor), dijo:
-No, no... que es mucho.
¿Os imagináis la escena? Al unísono dijimos que nada de eso, que lo aceptara, y creo que al final la más próxima a él depositó en su mano toda la vuelta. Pero esto es intranscendente, lo importante, lo realmente importante fue la actitud del chico. De vedad que a estas horas, ha pasado casi una semana, no sé aún muy bien cómo definirlo, porque me quedé, nos quedamos todas, un poco desorientadas...
Es decir, el muchacho viene de tan lejos y encuentra (¡afortunadamente!) un trabajo de camarero en un restaurante de un pueblo chiquito, posiblemente ni esté bien pagado, a duras penas habla nuestro idioma, se le ve siempre solo... y aún así conserva su dignidad íntegra.
Casi que una no está acostumbrada a estas cosas...

Esta flor va para él, nunca lo sabrá, pero yo se la regalo con toda mi admiración y respeto. Uno a mi nombre, el del resto de las comensales.

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Dália. Caseto de Vitoria

martes, 5 de diciembre de 2006

Oda al frío.

Puerto deportivo. Castelldefels (Barcelona)

El calor desbarata todos mis planes. No me gusta. Siento aversión hacia él. Me anula. Hace que mi piel esté incómoda y que mi cerebro reciba claramente la orden de estar intranquilo. Y yo, que a veces soy esclava de los circuítos de conforman los hemisferios de mi endiablado entramado cerebral, empiezo a revelarme hasta que logro huir a la calle y al sentir el aire fresco en mi cara me encuentro ¡por fin! liberada, como si hubiera rescatado a mi cuerpo de una cárcel con barrotes de mercurio licuándose en torno a mi.
Me gusta sentir la frescura de las bajas temperaturas, mas si estas fueran demasiado bajas, me acurruco en mi misma, bien pertrechada, con la cremallera del anorak hasta arriba si fuera necesario, y me siento agusto entre mi propio arrumaco y las plumas de mi prenda de abrigo, sin deseos de sudar. Digamos más bien que es un momento totalmente íntimo, pero exento de erotismo.
Me gusta el ambiente natural del calorcillo, así es: una calefacción sobre 10, el 4. O sea, tibieza en estado puro, sin alardes de hipertermia.
Me gusta cuándo se me eriza la piel tras un estornudo sin motivo y de pronto siento frío (no sé si es cuestión orgánica o es impresión mía).
Me gusta mezclarme con las sábanas frías cuando me acuesto; me gusta despertarme en la madrugada y estar aterida e ir entrando, tras taparme, en calor poco a poco, como degustando el cambio de temperatura, hasta alcanzar un microclima idóneo para seguir durmiendo.
Pero sobre todas las cosas, me gusta la fría brisa de una playa al atardecer, sentirla como penetra por cada uno de los poros de mi piel, me gusta ese filo aguzado que corta cualquier sospecha de una tarde calurosa impregnada de sudor y arena. Pero es que... (aquí me pongo triste) han sido tan pocas las veces que he podido tiritar en el mar ...

Esto es sin duda una visión personal (romántica) del frío, pero mis perversas amigas dicen que lo que me pasa es que estoy pre-menopáusica...

Al Sr. Mariscal de la Castaña

Gato en la ventana. Figueruela de Arriba (Zamora)

Exmo. Señor, sepa usted que chatear
es lo mismo que conversar
aunque el interlocutor
aparentemente sólo sea un monitor
y no una dama o un señor al que pueda ver la tez.
Podría extender este ripio,
mas eso será otra vez
que hoy no quiero darle más la vara
para evitar que me vuelva la cara
cuando volvamos a compartir
cenicero, mesa y mantel
con el resto del plantel
del fin de semana pasado.


(El felino va de regalo, su nombre es Fernandito...
¿A qué es un gato bonito?).