sábado, 28 de abril de 2012

Llueve



Está cayendo una melujina que pa qué, me acaba de decir una mujer.
El melujino es una hierba que nace, muy junta, en los regatos; es casi tan venerada por los devoradores de ensaladas como las arrabazas y los berros.
Ha estado lloviendo toda la mañana sin parar, pero no a chaparrón sino gotas pequeñas, relajadas, ligeras, “muy bien caídas”; se dice aquí que la lluvia está bien caída cuando, en su levedad, impregna la tierra y no forma charcos en la superficie que inunden o aneguen lo sembrado. Y es a esa lluvia tan bien caída a la que llamamos melujina.
La parrafada anterior se hubiera evitado diciendo sencillamente que “lleva toda la mañana cayendo chirimiri o calabobos”, vocablos acuñados en el norte pero usados ya en toda la península, posiblemente porque su pronunciación acaba siendo tan graciosa como acertado su sonido fonético, casi onomatopéyico.
Que llueva que llueva a la virgen de la cueva…, canta Rocío con entusiasmo.
Me gusta ver llover. Una vez miré el suero y pensé que si agujereaba la bolsita, tendría la sensación de que estaba lloviendo. Tantos días recluída, en aislamiento invertido para más inri, dan para idear hasta maldades, ya ve usted, doctora. Al día siguiente (juro que fue casualidad), una bolsa mal cerrada goteaba y yo la dejé (había dos y  mi vía, por tanto, no quedaba desabastecida). Al cabo del rato, cuando supuse que se había llenado el embalse del Esla, me incorporé para llamar al timbre, que vinieran a ponerme suero nuevo y de paso aproveche para mirar el caudal represado sobre las baldosas grises y… ¡oh, no, mis zapatillas empapadas! Pero como hasta los contratiempos se pueden rentabilizar, imaginé que eran dos barquitas, de manera que cuando llegó la enfermera me pilló sonriendo y me dijo “eso es que te acaba de llamar el novio y por eso estás tan contenta” y yo le dije con cara de pava: “¡sí!”. 
Tenía otro par de los de “por si acaso” en el armario (otro par de zapatillas, no de novios) y tal vez por eso no maldije, una por una, todas las cosas.
Me acaba de llamar una amiga lamentándose por el exceso de lluvia y yo le dije que llevábamos meses sin catarla, que qué quejica y me contestó  que hacía dos semanas que llovia y que además “mira tú en la época que estamos ya, y con lluvia y frío”. Vaya temas de tratar por teléfono, ¿verdad?
Pero es cierto, a punto estamos de que sea mayo y a penas hay flores entre la hierba de los prados y y las huertas que se ven desde mi casa. Además tengo que caminar, no ya retomar el camino dejado hace meses, sino tomar uno nuevo, con piedras, sí, pero no las mismas. Que sean otras piedras las que me hagan tropezar y así todo será tan nuevo que dejaré que la necesidad humana de enredarlo todo me sorprenda otra vez.