lunes, 7 de enero de 2008

Bostezos




A veces he soñado cosas que de haberse cumplido, estoy segura que hubieran perdido su encanto. Bien cierto es que tampoco hace falta que se cumplan todas, o que se cumplan del todo, para que la ilusión por ellas permanezca intacta. No viene a cuento enumerarlas, entre otros motivos porque aún no existen vocablos que puedan definir un sueño cuando éste forma parte indisoluble del alma de quien lo sueña. Me refiero a ese tipo de deseos que son el hipocentro de la nostalgia y que son tan íntimos, tanto, que nadie más que uno mismo sabe de ellos y los resguarda de la lluvia ajena, poniéndolos a buen cuidado, bajo el tejadillo de la discreción más absoluta.
Y luego existen otro tipo de sueños que, bien sé, nunca jamás van a materializarse porque son, más que sueños, utopías. Éstos, en cambio, sí son contables aún a riesgo de levantar más de una risotada disfrazada de sonrisa (pero qué más me da, si una de mis aficiones favoritas es la de ser payasa), porque es que sueño con volver a descubrir el Amazonas navegando en mi velero, escudriñando, palmo a palmo, las orillas y las tribus. Y también sueño con sobrevolar en mi aeroplano la cima de las nubes y ver, sin pasaportes y sin lindes, los mares y las islas extraviadas.
Y es que en estos casos, lo que se sueña, siempre acaba convirtiéndose en bostezo.