
Gato en el tejado. Alcañices (Zamora)
Sé que cuando sea una ancianita encantadora de pelo totalmente gris y arrugas en las entrañas, me arrepentiré del todo el tiempo que he perdido entre toma y toma de decisiones que, al final, de cada diez, sólo media salió adelante.
Recuerdo que mi primer deseo (no carnal) fue ser periodista, luego bióloga, más tarde arquitecta, pero antes de todo eso, poeta y escritora. Escritora de grandes novelas cuyos argumentos guardo bajo palio en mi mente a la espera de ser desarrollados dentro de unas tapas duras, y con letra bastante legible (no soporto las ediciones de bolsillo).
Me da igual lo que me diga a mi misma, o lo que me digan los demás, porque soy de piñón fijo y tengo la cabeza cuadrada (adornada, eso sí, con una abundante cabellera que tapa una dermatitis seborreica que no tendría inconveniente en vendérsela a precio de saldo al primer ignorante que se interesara por ella).
Digo esto porque esta tarde me he dado cuenta que ya estamos a finales de octubre y hace nada estaba a punto de comenzar agosto. Los meses a veces se me pasan de dos en dos. Hasta el calendario se mofa de mí. Pero más tonta soy yo que lo dejo; desde luego que no soy del gremio de los hiperactivos ni falta que me hace, pero es de justicia reconocer que, aunque sea lo más fácil, es incomodo.
Lo malo es si -con todos estos antecedentes- me convierto en vez de en una anciana encantadora, en una vieja cascarrabias, renegrida por los malos humores, que añora más que nada una vida que le correspondió y sin embargo dejó escapar entre las grietas de un falso conformismo (léase incapacidad para hacer otra cosa que no sea nada).
Menos mal que la fotografía me asiste en estos escasos momentos de crisis existencialistas.
Y a todo esto, permítaseme un par de preguntitas sin mala intención:
Recuerdo que mi primer deseo (no carnal) fue ser periodista, luego bióloga, más tarde arquitecta, pero antes de todo eso, poeta y escritora. Escritora de grandes novelas cuyos argumentos guardo bajo palio en mi mente a la espera de ser desarrollados dentro de unas tapas duras, y con letra bastante legible (no soporto las ediciones de bolsillo).
Me da igual lo que me diga a mi misma, o lo que me digan los demás, porque soy de piñón fijo y tengo la cabeza cuadrada (adornada, eso sí, con una abundante cabellera que tapa una dermatitis seborreica que no tendría inconveniente en vendérsela a precio de saldo al primer ignorante que se interesara por ella).
Digo esto porque esta tarde me he dado cuenta que ya estamos a finales de octubre y hace nada estaba a punto de comenzar agosto. Los meses a veces se me pasan de dos en dos. Hasta el calendario se mofa de mí. Pero más tonta soy yo que lo dejo; desde luego que no soy del gremio de los hiperactivos ni falta que me hace, pero es de justicia reconocer que, aunque sea lo más fácil, es incomodo.
Lo malo es si -con todos estos antecedentes- me convierto en vez de en una anciana encantadora, en una vieja cascarrabias, renegrida por los malos humores, que añora más que nada una vida que le correspondió y sin embargo dejó escapar entre las grietas de un falso conformismo (léase incapacidad para hacer otra cosa que no sea nada).
Menos mal que la fotografía me asiste en estos escasos momentos de crisis existencialistas.
Y a todo esto, permítaseme un par de preguntitas sin mala intención:
-¿Os gustan las ediciones de bolsillo?
-¿Qué champú usáis?
Cambiando de conversación... llevo dos semanas diciéndome:
-A ver, bonita, cuando te animas a poner reseñitas en tus blogs* de culto, que eso a ti te gusta más que a un alcalde las comisiones.
(* ¿Leí en algún sitio que la R.A.E. admitió ya la palabra blog, o me lo he inventado?)
-A ver, bonita, cuando te animas a poner reseñitas en tus blogs* de culto, que eso a ti te gusta más que a un alcalde las comisiones.
(* ¿Leí en algún sitio que la R.A.E. admitió ya la palabra blog, o me lo he inventado?)
Foto para Moony. Campanario de Cional (Zamora)