miércoles, 2 de mayo de 2012

Lazos en el pelo



Cuando era niña, y aún muchos años después, un “no” era un no y no había mucha más discusión; tampoco tenía matices disuasorios, ni siquiera era remotamente negociable. Era un NO, y punto.
Ahora los noes tienen variantes, pueden significar desde un “tal vez” hasta un  tímido “si”, pasando por un “ya veremos” o por un conciliador "puede ser".
Hablo de la disciplina de antaño en un entorno rural, tanto en casa como en el colegio. Imaginaba entonces que en las ciudades la mentalidad de la gente era más abierta; seguro que era por que suponía que ir a trabajar en tren o en autobús todos los días era muy moderno. Qué conclusiones más insólitas cuando se empiezan a elucubrar cuestiones totalmente ajenas al hábitat en el que vas creciendo, en el que te vas desarrollando como ente pensante, pero es que a esa tierna edad la imaginación traspasa las nubes sin tener que pagar tasas.
Una niña que vivía aquí, ya ni recuerdo su nombre, se trasladó con su familia a Madrid y en las primeras vacaciones me contaba que su padre marchaba a trabajar por la mañana y no volvía hasta la noche porque iba en tren. Imagino que la niña me lo narraba con pena y yo lo entendí al revés. Para mi era novedoso. Además traía lazos en el pelo y aquí, a lo sumo, nos ponían un prendedor, que entonces lo llamábamos sujetador y tuvimos que dejar de llamarlo así cuando los sostenes dejaron de llamarse sostenes. Y es que, aunque no lo parezca, hablo de hace ya muchos años y yo nunca había visto un tren, por que aquí el tren ni olerlo (hubiera sido precioso que hubiéramos tenido una estación).
Quería decir, que me lié, que al traer lazos la niña hasta en días de diario, todo lo que me contaba relacionado con su vida en Madrid lo magnificaba, me parecía superlativo.
Qué error.
Ahora ya sé, ahora ya sabe todo el mundo, excepto los urbanitas, que dónde más calidad de vida hay, dónde mejor se vive  es en los pueblos,  donde mejor se come, donde mejor se pasea, donde mejor se duerme, donde mejor se… (rellénese la línea de puntos), donde mejor se sueña, donde mejor se madruga, etc. porque aquí la polución la trocamos por líquenes y las estridencias por tarareos.
¡Anda que no tarareo yo ni nada por lo bajini cuando subo por la cuesta de la Herradura hasta la Plaza!

3 comentarios:

Mafalda dijo...

Menos lo de madrugar, porque no me gusta hacerlo, casi todo se hace mejor en un pueblo. Aunque hay cosas que tienen las ciudades que son impensables en los pueblos, aunque no son imprescindibles, y en los tiempos que corren más bien nos agarramaos a lo imprescindible para todos.
Hay que ver cómo magnifica la mente infantil. A mí me pasaba al revés, cuando iba a la aldea paterna, me encantaba el tipo de vida que hacía allí, a pesar de que no disponía de las comodidades que había en mi casa y en la ciudad (baño, cine, tranvía, trolebús, barquillos, helados...). En la aldea tenía fruta arrancada del árbol, leche recién ordeñada, barro en el que mancharme, rasguños por saltar y por subirme a los árboles.

rural dijo...

a mí me ha salvado la vida encontrar el pueblo. Gracias a este encuentro he renacido, casi casi de entre las cenizas, como algún pájaro famosillo

pau dijo...

Un no era un no.
Recuerdo preguntar y las respuestas siempre eran las mismas: porque no, porque lo digo yo, porque tu padre dice que no... Ahora se razona y hasta se negocia porque hasta el bien es relativo y el infierno ya no existe.
Hoy me entero que un amigo de Olesa está enfermo de cáncer. Una operación, radioterapia y vete a saber. Bosques, Montserrat, el río... y la antigua fábrica de no sé qué. Según el médico, en el pueblo se da el doble de casos que en la ciudad.
Y dormía bien. Ya ves...