sábado, 4 de febrero de 2012

Aceras



-Qué sí, cariño, voy, que ya te oí.
¿Cariño? ¿Le he llamado “cariño” al microondas?
No, por favor, no puede ser.
Soy una mujer de mediana edad, en pleno uso de mis facultades mentales, actualmente de baja por un problemilla que ya carece de importancia, pero vamos, que generalmente suelo hablarle al microondas como le habla todo el mundo cuando te avisa por segunda vez que ya está listo lo que sea,  con un “¡que ya oí, coño!”.
No sé, me estoy enterneciendo mucho, ¿pero tanto, tanto hasta el extremo de que ser tan afable con un horno signifique que la medicación me está afectando a la neurona del amor?
O tal vez sea, dicen mis amigas, que ya llevo mucho tiempo en casa…
Recuerdo que durante años y años mi hábitat natural era la calle. Una afectuosa mujer que pasó por mi vida dejando una entrañable huella, me decía que tenía que haber sido cartero. Y es verdad, reconozco que las aceras de mi pueblo me han dado siempre un resultado estupendo para mis historias imposibles, para mis cartas de amor que nunca he escrito, para mis viajes transoceánicos rumbo a islas pobladas por indígenas felices. Las aceras son una disculpa para examinar la vida a través de la espalda, el torso o los zapatos de quienes te preceden, vienen de frente o te  adelantan.
También sirven para no ver a quien tampoco quiere verte, para cambiarte a la de enfrente si en aquélla da la sombra, para toparte con alguien a quien llevas deseando ver hace tres días o para caminar sin más e ir hasta la Plaza por el placer de ir para luego bajar por la calle de los Labradores, ver el río y subir otra vez por la Herradura.
Sin embargo en las ciudades caminar por las aceras no tiene tanta literatura; la gente va siempre tan deprisa…

5 comentarios:

rural dijo...

Me ha alegrado la mañana encontrarte aquí. Por favor nonos olvides te necesito. Hay muchas clases de aceras en nuestras vidas y prisas, para qué.... Hoy yo encuentro aceras incluso en el monte y muchas prisas para salir ...¿hacia donde?

Ángela dijo...

Yo tampoco entiendo mucho las prisas por que realmente no vamos a ningún lado; ya no somos nómadas. Aún así nos inventamos urgencias y las moldeamos hasta convertir los agobios en forma de vida, por eso en ocasiones necesitamos ahuecar las alas y volar. A veces el problema no son las aceras, sino los transeúntes.
Por cierto, hablo de ti en el texto, eres ese alguien con quien llevo deseando toparme hace tres días. Ay, ese aperitivo de las 12…

Mafalda dijo...

"Las aceras son una disculpa para examinar la vida a través de la espalda, el torso o los zapatos de quienes te preceden, vienen de frente o te adelantan", me encanta.
Es verdad que en las ciudades todo el mundo va deprisa, pero también hay gente paseando sin más, mirando escaparates, comentando..., es factible examinar torsos, espaldas, zapatos y caras, hasta expresiones y gestos. Todo depende de la intención de quien observa, la vida está en todas partes, aun en los sitios más impropios, como las piedras. Por eso tú la observas siempre, Ángela. La cartera de la vida.

Senior Citizen dijo...

En Argentina, a las aceras les llaman veredas. ¿A que es bonito?

Anónimo dijo...

La verdad es q las aceras de tu pueblo son muy "cinematográficas", nunca lo había visto asi, me encanta la nueva perspectiva luminosa q le das a lo cotidiano, eres una poeta. Es un pueblo de largas aceras como avenidas. Siempre con la opción de poder cambiar a la acera de enfrente si consideras q es lo más conveniente. Pueblo de aceras y de terrazas, aceras para el peregrinar, terrazas para el reposo y a veces también para el cotilleo. Personalmente me gusta la peregrinación Hospital, Cortinona, Herradura, Plaza, San Francisco... sus nombres parecen casillas del juego de la oca. También me gustan los caminos q llevan de la Fuente Herrada a la Plaza, o ir de la Fuente Herrada a la Plaza por la ruta del Cañico; el paseo maritimo, pero son estos ya caminos sin aceras, caminos más amplios y quizá más intimos, pero me gusta como tú dices el juego social de las aceras, con sus encuentros, con sus anhelos de encuentros sincrónicos, con sus vacíos y presencias. Nos hacemos sociales, o nos convertimos en vistos, al peregrinar por las aceras. Aceras veredas de la vida