viernes, 4 de noviembre de 2011

Sala de espera


La chica rubia que acompaña a la señora mayor debe tener aproximadamente cuarenta años, o seguramente tiene más o seguramente tiene menos  o seguramente yo no tenga ni idea de la edad que tiene. Llevo viéndola varios miércoles seguidos. La mujer a la que acompaña desde luego que ha mejorado; los primeros días daba penita verla, hoy por lo menos sonrió a la enfermera cuando dijo su nombre.
La rubia que digo lee revistas del corazón con avidez y cuando ha devorado todas, las que trae en una bolsa del corte inglés y las que hay en el revistero, saca su móvil y juega con él. No levanta los ojos ni por casualidad pero tampoco tiene aspecto de ser retrasada.
El señor de enfrente, con camisa de rayas azules, tiene mirada bondadosa, a veces nuestros ojos se cruzan y nos sonreímos sin saber porqué. También lleva viniendo varios miércoles. Lo acompaña una señora que debe ser su mujer y hoy,  por falta de sitio, se ha sentado cuatro sillas más allá y de vez en cuando vuelve la cabeza inclinándose con una extraña y silenciosa mueca para asegurarse que su marido sigue ahí; luego la mujer retoma su postura, cierra los ojos y se entrega en profundidad a sus pensamientos.
La enfermera se ha pasado todo el rato quitando y poniendo el aire acondicionado, atendió todas las peticiones de “haz el favor de quitar el aire, bonita; qué frío”, “¿no podría usted poner el aire, señorita, qué calor?”,  y así la hora y pico de espera.  Me ha encantado su tranquilidad y mira que es difícil agradar a todo el mundo a la vez sin perder la compostura.
La señora que está a mi lado lleva un bolso rojo-rojo-con-ganas-casi-bermellón que no puede ser más feo, pero a ella le hace juego con las sandalias y seguramente le encanta el conjunto. La buena mujer, pues, tiene mi beneplácito para ponerse encima lo que quiera. La acompaña su hija, que es una protestota que no sabe esperar ni guardar las formas. La conozco de hace ya varias semanas. De vez en cuando baja sus vista hacía el Ocho, que menudo tocho es para andar de acá para allá con él, y nos deja en paz 10 minutos seguidos; intenté recordar el final pero me resultó imposible y eso que hubiera jurado que en su momento me gustó.
Está el hombre alto que es moreno teñido, pero qué mal le queda así el pelo.  Definitivamente los hombres que se tiñen no me gustan nada, les queda la cara como sin gracia. Además a mí siempre me han gustado con canitas.
El matrimonio joven que siempre sonríe acaba de llegar, son muy monos los dos. Muy planchaditos y con los zapatos brillantes. A ella se la ve muy enamorada y él, creo que por chulería, pasa un poco de sus arrumacos, pero se les nota muy cómplices y me encanta.
La hija de la mujer de bolso y sandalias rojas empieza a despotricar otra vez, ya nadie la mira y me da la impresión de que eso la pone de peor humor.
Hago un chasquido con la lengua y vuelvo a  una anotación que tomé de una página de Internet que me llamó poderosamente la atención y la copié en una hoja de libreta que me está viniendo muy bien como separador del libro que estoy leyendo (El retrato de Dorian Gray). La anotación que digo es la ley o principio de Pascal:

“la presión ejercida por un fluido incompresible y en equilibrio dentro de un recipiente de paredes indeformables, se transmite con igual intensidad en todas las direcciones y en todos los puntos del fluido”.

¿Y para llegar a esa conclusión hacía falta hacer una ley o un principio? Pues sí, porque gracias a ello se pudo desarrollar la prensa hidráulica, entre otros inventos.

5 comentarios:

rural dijo...

he estado muchas veces en salas de espera como la que magistralmente describes y nunca he podido tener esa perspicacia que tú demuestras y que creo es la manera de soportar esas esperas. Yo he vivenciado ese momento sintiendo que todos los "protagonistas" estábamos muy solos en nuestra problemática y nuestros acompañantes muy muy alejados de nosotros, siendo sincera les tenía una envidia terrible porque ellos no tenían ese problema. Mea culpa

rural dijo...

releyendo el principio de Pascal se me ha ocurrido que se puede aplicar a la comunidad humana. Piensa y lo discutiremos en el próximo café

Arroba dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Arroba dijo...

Me ha gustado tanto esta descripción que si dentro de unos años me preguntaras si te acompañé al médico ese día, diré que sí.

Rural, me apunto a ese encuentro al que invitas a Gelu ¿puedo?

Ángela dijo...

Me parece una idea estupenda, señoras mías, ya saben que de momento los debates sólo pueden ser en mi casa, que es la suya, sin virus de por medio.