Recuerdo la vez que un tropel de cofrades y adeptos me arrollaron arrastrándome hacia una calle estrecha del casco antiguo y no tuve más remedio que empezar a hiperventilar por temor a quedarme aplastada entre la imaginería y el fanatismo semanasantero. Casi me muero pero no sé si del susto o del disgusto. Es difícil de explicar la sensación por que en esos momentos no se piensa, sólo se desea, y yo deseaba salir volando por encima de las cabezas de los cofrades de cucuruchos morados y aterrizar en Australia o, sino, en la calle de al lado (que era donde realmente iba); pero no pudo ser hasta que la comitiva de dolidos y dolientes dejó libre la calzada.
Me sacudí la ropa, me limpié el sudor, me enjugué las lágrimas, me soné los mocos y eché a andar hacía la Rúa de los Notarios. Al llegar me di cuanta que no era ahí donde iba, sino a la de los Francos.
4 comentarios:
Brava,tú, Angelusa ahí: pasando del paso, paso a paso.
Go
Nunca me he visto en trance semejante, supongo que por eso me gusta la Semana Santa, pese a mi ateísmo sin medias tintas. Sobre todo la rompida de la hora, en el Bajo Aragón. Las procesiones me resultan más extrañas.
Brrrrrrrrrrrrrrr qué sensación de ahogo me ha entrado leyéndote. No me ha pasado nunca que me espachurre una tropa de cucuruchos, pero, es de pesadilla :S
Un beso grande.
con el Ku Kus Klan topaste...
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