
Subamos los peldaños que subamos, la escalera de caracol siempre nos lleva hacia el desván; no importa de qué lado subamos, si apoyados en la barandilla o rozando la pared, subimos y subimos hasta que la espiral nos engulle y entonces ya no distinguimos si subimos o bajamos.
Si paramos durante el trayecto, quien nos engulle es la propia vida. Pero realmente nunca nos paramos, es un efecto óptico. Nada está estático, todo se mueve a nuestros alrededor aunque en ocasiones ni tan siquiera percibamos cómo oscila el entorno.
Se mueven las raíces de los árboles haciendo estremecer, de puro placer, las entrañas de la tierra.
Se mueve el aire, que erosiona las rocas, moldeando y mudando su forma y su tamaño: el viento, aquí o allá, no para jamás.
Se mueve el mar y se mueven las nubes (esa manía suya de evaporarse y volver a caer…).
El vaivén del corazón mueve la sangre que, a su vez, nos empuja ayudándonos a subir esos tramos de la vida; no importa si estamos de pie, si estamos sentados, si dormimos o, simplemente, si decidimos parar para maldecir o meditar. La mente, pues, también se mueve.
Se mueven las cosas que están quietas porque la tierra no deja de girar. Se mueve todo, hasta el silencio de las tardes tristes, porque detrás de cada palabra que no pronunciamos, existe un suspiro mudo que mueve nuestro tórax hasta el instante mismo del duermevela en el que tampoco permanecemos quietos porque esa misma cavidad se va hinchando de sueños del mismo modo que se desincha de … de… (¿un antónimo de sueños, por favor? Es que no encuentro la palabra…). *
Y llegados a este punto, confieso que lo que realmente quería, admirados bloguer@s y respetados lectores de blogs, es desearos todo aquello que deseo para mí: que el 2008 nos sea benévolo y generoso. Y que los besos, los abrazos y los te quiero, sean ya para siempre células vivas de nuestra piel.
Si paramos durante el trayecto, quien nos engulle es la propia vida. Pero realmente nunca nos paramos, es un efecto óptico. Nada está estático, todo se mueve a nuestros alrededor aunque en ocasiones ni tan siquiera percibamos cómo oscila el entorno.
Se mueven las raíces de los árboles haciendo estremecer, de puro placer, las entrañas de la tierra.
Se mueve el aire, que erosiona las rocas, moldeando y mudando su forma y su tamaño: el viento, aquí o allá, no para jamás.
Se mueve el mar y se mueven las nubes (esa manía suya de evaporarse y volver a caer…).
El vaivén del corazón mueve la sangre que, a su vez, nos empuja ayudándonos a subir esos tramos de la vida; no importa si estamos de pie, si estamos sentados, si dormimos o, simplemente, si decidimos parar para maldecir o meditar. La mente, pues, también se mueve.
Se mueven las cosas que están quietas porque la tierra no deja de girar. Se mueve todo, hasta el silencio de las tardes tristes, porque detrás de cada palabra que no pronunciamos, existe un suspiro mudo que mueve nuestro tórax hasta el instante mismo del duermevela en el que tampoco permanecemos quietos porque esa misma cavidad se va hinchando de sueños del mismo modo que se desincha de … de… (¿un antónimo de sueños, por favor? Es que no encuentro la palabra…). *
Y llegados a este punto, confieso que lo que realmente quería, admirados bloguer@s y respetados lectores de blogs, es desearos todo aquello que deseo para mí: que el 2008 nos sea benévolo y generoso. Y que los besos, los abrazos y los te quiero, sean ya para siempre células vivas de nuestra piel.
* Quizá quise decir realidades, pero ya no me acuerdo.