martes, 23 de noviembre de 2010

Gracias, Isabel Barceló, por escribir libros



Dido, Reina de Cartago

Tengo aquí, a mi lado (lo miro y sonrío), tu libro. Qué bonita edición. En portada, colores de otoño y el mar; y ella, Dido, mirando hacia Cartago. ¿Se puede pedir más?
¡Sí!
Sí, yo hubiera pedido que este ejemplar estuviera firmado por la autora pero no pudo ser. Esta vez no pudo ser, pero habrá próximas veces…
Agradezco a Rural que me lo haya traído de Madrid (realmente a Rural tengo que agradecerle muchas más cosas; de momento el próximo café lo pago yo).
Abro un par de páginas al azar y me reencuentro con viejos conocidos, la señora Imilce, Acus, Barce, el Príncipe del Senado… Y más que nunca me siento parte del argumento porque, perdóneseme la inmodestia, fui testigo de su florecimiento.
Increíblemente bella esta manera tuya de describir, señorita Romana, indagando en la mente de los personajes, dibujando imágenes con palabras hasta conseguir que esas imágenes atraviesen la piel del lector y electricen el alma. Pero qué te voy a decir que no te hayan dicho ya...
Recomiendo fervientemente su lectura y garantizo momentos de placer.

sábado, 13 de noviembre de 2010

No llores...




Está ausente. La peluquera está ausente mientras me corta el pelo. Temo que me haga un desastre y estoy apunto de llamar su atención, menos mal que se adelanta preguntándome no sé qué de la espuma y contesto con avidez, como si se tratara de la única pregunta posible que un ser humano pueda hacer a otro.
Sospecho que hace poco rato ha estado llorando, tiene los ojillos brillantes y la otra vez que la vi no los tenía así (es la segunda vez que vengo a esta peluquería).
Me da que es mal de amores.
Es muy jovencita y está triste, pero a pesar de eso, de su tristeza y juventud, maneja los trastos con destreza y ya no temo que me meta un mal tajo porque sé que no lo hará. Lo sé porque he visto claramente a través del espejo cómo aleja sus sentimientos del filo de la tijera quizá para no darles un mal corte.
Es buena peluquera, a pesar de su juventud, es buena. Cuando salga he de decírselo a su jefa, pensé. Y así lo hice. Su jefa sonrió, creo que ya lo sabía (anda que como se te vaya…).
Antes de sentarme les dije a ambas lo que quería y lo entendieron perfectamente (me sorprende que esta vez haya sabido explicarme a la primera, normalmente acabo haciendo un croquis de lo que quiero porque cuántas veces ni yo misma lo sé).
_Tienes un pelo bonito –me dijo casi al final.
No supe qué contestar y me salió un “si” tontorrón. Añadió que a ella siempre le ha gustado el pelo rizado y no el que tiene, tan liso que da asco.
Sonreí.
En estos casos una nunca sabe qué decir. A mi me gustaba su pelo porque siempre quise tenerlo liso y no esta maraña que me acosa constantemente.
No estoy muy segura, pero me da que dejé de ir a la otra peluquería porque la chica que me atendía era un lorito que iba contando su vida y milagros y, lo que es peor, las miserias de su marido, hija, suegra y compañeras a todas su clientas sin excepción. Pero con aquella lo tenía fácil, porque desconectaba y sólo respondía con una sonrisa de esas falsas falsas que valen igual para un sí, que para un no, que para un fíjatequécosas.
Lo que menos me gusta de las peluqueras es que me agarren por las orejas con la palma de las manos y me pongan la cabeza derecha. ¡Por qué no lo dicen y ya lo hago yo, que sé!
Esta chiquita en ningún momento ahuecó sus manos para enderezarme, es verdad, no lo hizo y es de agradecer. Y encima me dejó guapa, que no es tarea nada fácil, pero… estaba triste cuando llegué y al marcharme los ojillos seguían brillándole.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Nunca más te esperaré fumando


Me fumo la noche a borbotones mientras la primera persona del presente de indicativo del verbo vencer se hace insoportable. Si esta vez lo consigo, me hago un monumento para ponerlo en mi futuro jardín, ese en el que haré instalar un templete en la esquina por la que se pone el sol en otoño para que, de vez en cuando, un músico de jazz me obsequie con emotivas improvisaciones de saxo.
Debo combatir la ansiedad con sorbos de agua si no quiero que el perímetro de mi cuerpo vaya in crescendo, pero eso será a partir de martes.
El jardín estará cercado por acebos y una alfombra de orquídeas rodeará mi esfinge. Varios acerolos y un par de palmeras darán la sombra necesaria sobre una mesa que pondré al lado de un estanque que nunca tendrá peces.
Quizá sobre la estatua, ¿para qué me quiero dos veces?
(Abro paréntesis para echar una carcajada; en ocasiones celebro las tonterías que escribo porque al releerlas parecen más obra de un personaje trasnochado que ocurrencias de una mujer adulta a punto de entrar en la menopausia. Me da que tengo pululando por entre los circuitos de mi cerebro un álter ego que me hace todo el trabajo sucio).
En este instante estoy tomando café con leche y galletas marías. Hacía tiempo que no comía de estas galletas; qué insípidas son, qué poca gracia tienen. Ahora entiendo porqué a Ro no le gustan. Tampoco le gustan excesivamente las cosas dulces, pero le encanta desenvolver bombones y chocolatinas que acabo comiendo yo. Las patatas fritas, sin embargo, me las da por cuentagotas. Tengo que hablar muy seriamente con ella, pero no por que no le guste el dulce sino porque esa disposición suya a desempaquetar golosinas me hace pecar varias veces al día.

lunes, 1 de noviembre de 2010

El libro número 5


Después del mar, el paisaje que más me satisface es el del el otoño. Dicen que es decrepitud pero yo no me lo creo. No sé porqué se ha asociado el término con el fin inminente de una vida si el otoño no deja de ser una pausa que lleva al frío para después reverdecer con fuerza en primavera. ¿Acaso los muertos vuelven? (Bueno, vuelven como materia, lo dije en la entrada anterior y ahora no me voy a desdecir, entre otras cosas porque creo firmemente en ello).
Me gusta guardar hojas otoñales entre libros, le dan vidilla al argumento y me dan alegría a mí cuando vuelvo a reencontrarme con ellas al cabo de los años. Algunas no volveré a verlas nunca más porque hay libros que jamás releeré. Para ser sincera, es raro que relea un libro. Si me ha gustado mucho lo presto sin pudor, pero con miedo a que no me sea devuelto; si no me ha gustado lo suficiente como para recomendarlo, lo dejo descansar para siempre sobre el estante.
Me parece buena idea el libro electrónico (e-book creo que se escribe en plan fino, y se pronuncia ibok que suena más fino aún, pero yo no me complico la existencia porque no sé inglés y, por tanto, seguiré llamándole libro electrónico).
Sí, ya sé que la idea romántica del ejemplar en papel queda por los suelos y el ademán de pasar las hojas y perderse entre los párrafos acabará engrosando la lista de nostalgias que con el paso de los años nos arrancará un sentido ¡ay! Pero seamos prácticos, ¿cuántos millones de arbolitos serán salvados de la tala? ¿Cuánto espacio libre nos quedará en los estantes de casa?
No sé, pero creo que acabaré comprándome uno.
Claro que por otro lado… ¿seré, seremos capaces de renunciar a la belleza de una librería multicolor, multicultural, multitudinaria, multi… todo? Me acosan las dudas.
De lo que si estoy bien segura es de que jamás me desharé del libro número 5, pinsesita, ni lo abriré ni se lo dejaré tocar ni leer nunca a nadie. Me lo juro.