Está ausente. La peluquera está ausente mientras me corta el pelo. Temo que me haga un desastre y estoy apunto de llamar su atención, menos mal que se adelanta preguntándome no sé qué de la espuma y contesto con avidez, como si se tratara de la única pregunta posible que un ser humano pueda hacer a otro.
Sospecho que hace poco rato ha estado llorando, tiene los ojillos brillantes y la otra vez que la vi no los tenía así (es la segunda vez que vengo a esta peluquería).
Me da que es mal de amores.
Es muy jovencita y está triste, pero a pesar de eso, de su tristeza y juventud, maneja los trastos con destreza y ya no temo que me meta un mal tajo porque sé que no lo hará. Lo sé porque he visto claramente a través del espejo cómo aleja sus sentimientos del filo de la tijera quizá para no darles un mal corte.
Es buena peluquera, a pesar de su juventud, es buena. Cuando salga he de decírselo a su jefa, pensé. Y así lo hice. Su jefa sonrió, creo que ya lo sabía (anda que como se te vaya…).
Antes de sentarme les dije a ambas lo que quería y lo entendieron perfectamente (me sorprende que esta vez haya sabido explicarme a la primera, normalmente acabo haciendo un croquis de lo que quiero porque cuántas veces ni yo misma lo sé).
_Tienes un pelo bonito –me dijo casi al final.
No supe qué contestar y me salió un “si” tontorrón. Añadió que a ella siempre le ha gustado el pelo rizado y no el que tiene, tan liso que da asco.
Sonreí.
En estos casos una nunca sabe qué decir. A mi me gustaba su pelo porque siempre quise tenerlo liso y no esta maraña que me acosa constantemente.
No estoy muy segura, pero me da que dejé de ir a la otra peluquería porque la chica que me atendía era un lorito que iba contando su vida y milagros y, lo que es peor, las miserias de su marido, hija, suegra y compañeras a todas su clientas sin excepción. Pero con aquella lo tenía fácil, porque desconectaba y sólo respondía con una sonrisa de esas falsas falsas que valen igual para un sí, que para un no, que para un fíjatequécosas.
Lo que menos me gusta de las peluqueras es que me agarren por las orejas con la palma de las manos y me pongan la cabeza derecha. ¡Por qué no lo dicen y ya lo hago yo, que sé!
Esta chiquita en ningún momento ahuecó sus manos para enderezarme, es verdad, no lo hizo y es de agradecer. Y encima me dejó guapa, que no es tarea nada fácil, pero… estaba triste cuando llegué y al marcharme los ojillos seguían brillándole.