domingo, 12 de junio de 2016

Ética y estética de las flores

 
 


Las flores son bellas en sí mismas y no presumen ni tampoco sienten la necesidad de perdurar; con existir temporalmente y volver la próxima primavera, tienen suficiente.
Lo sé por que si no hubieran mutado como hemos mutado las especies animales, sin duda por ese afán nuestro de marcar terreno . 
Las flores, sin embargo, no lo marcan; lo adornan, lo perfuman, cumplen su misión y vuelven a la temporada siguiente, igual de bellas, para hacernos ver que la humildad debería formar parte de nuestras vidas.
 
 
 
 


martes, 2 de abril de 2013

La petite mort


Hablar de padecimiento o dolor y muerte, de violencia y escarnio, de venganzas y malos quereres  es la base fundamental de la Semana Santa; ya desde niños nos inoculan en vena unos chismes totalmente surrealistas sobre una figura histórica, la de Jesús, cuyas cuitas aliñan con surrealismo y miedo, un miedo terrible, desquiciado, diabólico, sobrecogedor…  que hicieron  eterno en cuanto se dio cuenta la empresa de marketing, allá por el siglo IV, que captar clientela de esta manera garantizaba su fidelidad. Como todas las fiestas del cristianismo, su origen es pagano pero lejos de espantar a los dogmáticos, los anima aunque su celebración absolutamente nada tenga que ver con su raíz que, curiosamente, tiene cierto carácter erótico. La fecha, desigual cada año,  dependía de los ciclos lunares y… etcétera, etcétera, etcétera.

Pero a mí realmente “la muerte” que me interesa es la petite, esa de la que nadie habla en público y menos desde un púlpito, lo que es una verdadera pena por que siempre será mejor enseñar a morir cada día un poquito de placer que no celebrar una muerte por crucifixión y sus  escabrosos pormenores, muy dignos de una película de miedo con efectos especiales en 3D.

Siempre será mejor –insisto- hablar de cómo buscar el lado placentero de la vida, que no amargar para siempre a los fieles con arengas sobredimensionadas para tenerlos atemorizados hasta el mismo instante de su último aliento, sin llegar a desvelarle jamás que los cuerpos en los que habitan acabarán convirtiéndose, inevitablemente, en moléculas.
(La petite mort, me encanta repetirlo, es un pequeño desmayito post-orgásmico)

viernes, 15 de marzo de 2013

Todas las veces, todos los vuelos.



Me veo anexionada a un territorio que me es ajeno pero me resigno y planto aquí mis árboles y construyo aquí mi casa (poniendo cuelgafáciles en vez de alcayatas en las paredes para evitar agresiones difíciles de rellenar con plaste encubridor en caso de cambiar la decoración).
No hablo de mi pueblo, ni tan siquiera de mi alma.
Sé que resignarse no es recomendable pero es que quizá no sea resignación sino aceptación a lo que me refiero. A veces una confunde términos; o más que confundirlos, los fusiono para que los resultados no sean inocuos y puedan tener consecuencias que, en caso de no ser las deseadas, por lo menos sean reversibles. No digo que funcione siempre, pero cuando funciona se abren más posibilidades.
No, no, no, no me da igual todo, qué va, es que he aprendido a disfrutar de las cosas en la medida que necesito disfrutar de ellas sin que una satisfacción estándar me tenga que poner la carne de gallina por que sí; prefiero ser yo quien decida qué me hace sentir bien y, del 1 al 10, con qué densidad celebrarlo íntimamente. Es verdad que a veces me olvido de este aprendizaje –para ser sincera, me olvido casi siempre, bueno, me olvido siempre-  y me emociono más de la cuenta viendo, por poner un ejemplo tonto, volar una cigüeña y me quedo como lela mirándola planear bajo las nubes; y si eso sucede y tengo a mano una cámara de fotos, la felicidad alcanza cuotas orgásmicas. Si no tengo cámara a mano maldigo mi falta de previsión pero a los treintaidós segundos me olvido del contratiempo y me reconcilio con el momento porque realmente tampoco necesito inmortalizar todas las veces todos los vuelos.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Receta de turrón de chocolate

 

Le dije a las niñas que haría turrón de chocolate. A última hora, casi apagando el ordenador para irme a la cama, busqué una receta y sonreí, no sé si con dulzura pero sonreí de lo fácil que era y de lo bien que me iba a quedar.

Me dormí deshaciendo en el microondas 125 gramos de chocolate negro, 150 gramos de chocolate con leche y 50 gramos de manteca de cerdo. Esperé cinco minutos.

Una vez deshecho, añadí a la mezcla arroz inflado (chococrispis, ya sabes) que repartí por todo el molde rectangular de silicona. Por último,  metí todo en la nevera para que se enfriara.

La cocina olía a chocolate, qué rico, qué rico, qué olor más rico.

Limpié la encimera, me lavé las manos y a las cinco y pico de la madrugada me desperté queriendo probar un poquito del turrón. Calcé al revés las zapatillas, tropecé en medio del pasillo no con nada sino con mis propios pies, ay,  si es que sé de sobra que es mejor hacer las cosas bien desde el principio.
Abrí el frigo y… no estaba, ¡allí no estaba lo que acababa de hacer!

“Pero si lo dejé aquí”, dije en alto y señalando la balda central. Sin embargo allí sólo había un taper con sopa, unos yogures, una bolsa empezada de queso emental, un medicamento que necesita frío; abajo, donde las verduras, unos puerros y unos tomates, en la puerta leche, huevos…

Llené un vaso de agua a la vez que repetía “pero si lo dejé aquí”.  Mientras bebía (siempre que me levanto de madrugada bebo agua) topé, toparon mis ojos con el reloj de la pared; fue el reloj quien me dio la primera pista del posible paradero del dichoso turrón: si eran las cinco y veinte de la madrugada y yo acababa de despertarme… lo del turrón… sin duda… lo había soñado.

Sonreí y me dije “mañana sin falta lo hago”. Volví a beber agua, apagué la luz y me fui a la cama. Debí dormirme enseguida.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Tres colores



Me llamas, a escondidas,
bajando la voz tras los respaldos del patio de butacas
y los sí bemol de las flautas cursilonas.
Me llamas para que vaya,
me quieres tender otra trampa y yo quizá acepte
por que sólo pierdo el tiempo, la ilusión ya no.
Desde la misma tarde que quedamos en tablas y el rey se fue a paseo con un caballo cojo,
los peones, dentro de las dos torres,
guarecieron a quienes incluso no habían jugado
y los alfiles ¡al fin! se decantaron por el bullicio.
El tiempo ya no cuenta, sólo la jugada
y la reina se ha quedado en bragas.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Lazos en el pelo



Cuando era niña, y aún muchos años después, un “no” era un no y no había mucha más discusión; tampoco tenía matices disuasorios, ni siquiera era remotamente negociable. Era un NO, y punto.
Ahora los noes tienen variantes, pueden significar desde un “tal vez” hasta un  tímido “si”, pasando por un “ya veremos” o por un conciliador "puede ser".
Hablo de la disciplina de antaño en un entorno rural, tanto en casa como en el colegio. Imaginaba entonces que en las ciudades la mentalidad de la gente era más abierta; seguro que era por que suponía que ir a trabajar en tren o en autobús todos los días era muy moderno. Qué conclusiones más insólitas cuando se empiezan a elucubrar cuestiones totalmente ajenas al hábitat en el que vas creciendo, en el que te vas desarrollando como ente pensante, pero es que a esa tierna edad la imaginación traspasa las nubes sin tener que pagar tasas.
Una niña que vivía aquí, ya ni recuerdo su nombre, se trasladó con su familia a Madrid y en las primeras vacaciones me contaba que su padre marchaba a trabajar por la mañana y no volvía hasta la noche porque iba en tren. Imagino que la niña me lo narraba con pena y yo lo entendí al revés. Para mi era novedoso. Además traía lazos en el pelo y aquí, a lo sumo, nos ponían un prendedor, que entonces lo llamábamos sujetador y tuvimos que dejar de llamarlo así cuando los sostenes dejaron de llamarse sostenes. Y es que, aunque no lo parezca, hablo de hace ya muchos años y yo nunca había visto un tren, por que aquí el tren ni olerlo (hubiera sido precioso que hubiéramos tenido una estación).
Quería decir, que me lié, que al traer lazos la niña hasta en días de diario, todo lo que me contaba relacionado con su vida en Madrid lo magnificaba, me parecía superlativo.
Qué error.
Ahora ya sé, ahora ya sabe todo el mundo, excepto los urbanitas, que dónde más calidad de vida hay, dónde mejor se vive  es en los pueblos,  donde mejor se come, donde mejor se pasea, donde mejor se duerme, donde mejor se… (rellénese la línea de puntos), donde mejor se sueña, donde mejor se madruga, etc. porque aquí la polución la trocamos por líquenes y las estridencias por tarareos.
¡Anda que no tarareo yo ni nada por lo bajini cuando subo por la cuesta de la Herradura hasta la Plaza!

sábado, 28 de abril de 2012

Llueve



Está cayendo una melujina que pa qué, me acaba de decir una mujer.
El melujino es una hierba que nace, muy junta, en los regatos; es casi tan venerada por los devoradores de ensaladas como las arrabazas y los berros.
Ha estado lloviendo toda la mañana sin parar, pero no a chaparrón sino gotas pequeñas, relajadas, ligeras, “muy bien caídas”; se dice aquí que la lluvia está bien caída cuando, en su levedad, impregna la tierra y no forma charcos en la superficie que inunden o aneguen lo sembrado. Y es a esa lluvia tan bien caída a la que llamamos melujina.
La parrafada anterior se hubiera evitado diciendo sencillamente que “lleva toda la mañana cayendo chirimiri o calabobos”, vocablos acuñados en el norte pero usados ya en toda la península, posiblemente porque su pronunciación acaba siendo tan graciosa como acertado su sonido fonético, casi onomatopéyico.
Que llueva que llueva a la virgen de la cueva…, canta Rocío con entusiasmo.
Me gusta ver llover. Una vez miré el suero y pensé que si agujereaba la bolsita, tendría la sensación de que estaba lloviendo. Tantos días recluída, en aislamiento invertido para más inri, dan para idear hasta maldades, ya ve usted, doctora. Al día siguiente (juro que fue casualidad), una bolsa mal cerrada goteaba y yo la dejé (había dos y  mi vía, por tanto, no quedaba desabastecida). Al cabo del rato, cuando supuse que se había llenado el embalse del Esla, me incorporé para llamar al timbre, que vinieran a ponerme suero nuevo y de paso aproveche para mirar el caudal represado sobre las baldosas grises y… ¡oh, no, mis zapatillas empapadas! Pero como hasta los contratiempos se pueden rentabilizar, imaginé que eran dos barquitas, de manera que cuando llegó la enfermera me pilló sonriendo y me dijo “eso es que te acaba de llamar el novio y por eso estás tan contenta” y yo le dije con cara de pava: “¡sí!”. 
Tenía otro par de los de “por si acaso” en el armario (otro par de zapatillas, no de novios) y tal vez por eso no maldije, una por una, todas las cosas.
Me acaba de llamar una amiga lamentándose por el exceso de lluvia y yo le dije que llevábamos meses sin catarla, que qué quejica y me contestó  que hacía dos semanas que llovia y que además “mira tú en la época que estamos ya, y con lluvia y frío”. Vaya temas de tratar por teléfono, ¿verdad?
Pero es cierto, a punto estamos de que sea mayo y a penas hay flores entre la hierba de los prados y y las huertas que se ven desde mi casa. Además tengo que caminar, no ya retomar el camino dejado hace meses, sino tomar uno nuevo, con piedras, sí, pero no las mismas. Que sean otras piedras las que me hagan tropezar y así todo será tan nuevo que dejaré que la necesidad humana de enredarlo todo me sorprenda otra vez.

martes, 7 de febrero de 2012

Tendiendo sueños


Se pueden lavar los sueños y tenderlos al sol para que se oreen, de este modo siempre estarán listos para ser soñados de nuevo pero con matices diferentes, sin que tengamos que aferrarnos a utopías que con el paso del tiempo se ajan, se alejan o dejan de ser probables.
Otra cosa es obsesionarse y acabar en un frenopático, pero eso ahora no viene  a cuento; hablo de la levedad de los sueños y no de modificar la psique.
La realidad a veces es tan dura que si no se aliña con fantasías o quimeras que nos hagan sonreír, sería improductiva y ni siquiera merecería la pena. Supongo que quien decide dejar de vivir es por que carece de sueños que hubieran enmendado o cambiado su realidad por otra más estimulante.
No importa que los sueños sean imposibles (casi siempre lo son), lo que importa es que esos sueños sean una terapia que ayude a positivizarlo todo, de este modo ya no sólo cuentas con una, sino con dos perspectivas de tu existencia ¿Qué más da que una sea materialmente imposible realizarla? ¿Acaso la realidad no es a veces imposible?
No podemos dejar de soñar nunca, los sueños forman parte de la realidad; aunque parezca una paradoja no lo es y puedo demostrarlo, pero sé que no hace falta.

sábado, 4 de febrero de 2012

Aceras



-Qué sí, cariño, voy, que ya te oí.
¿Cariño? ¿Le he llamado “cariño” al microondas?
No, por favor, no puede ser.
Soy una mujer de mediana edad, en pleno uso de mis facultades mentales, actualmente de baja por un problemilla que ya carece de importancia, pero vamos, que generalmente suelo hablarle al microondas como le habla todo el mundo cuando te avisa por segunda vez que ya está listo lo que sea,  con un “¡que ya oí, coño!”.
No sé, me estoy enterneciendo mucho, ¿pero tanto, tanto hasta el extremo de que ser tan afable con un horno signifique que la medicación me está afectando a la neurona del amor?
O tal vez sea, dicen mis amigas, que ya llevo mucho tiempo en casa…
Recuerdo que durante años y años mi hábitat natural era la calle. Una afectuosa mujer que pasó por mi vida dejando una entrañable huella, me decía que tenía que haber sido cartero. Y es verdad, reconozco que las aceras de mi pueblo me han dado siempre un resultado estupendo para mis historias imposibles, para mis cartas de amor que nunca he escrito, para mis viajes transoceánicos rumbo a islas pobladas por indígenas felices. Las aceras son una disculpa para examinar la vida a través de la espalda, el torso o los zapatos de quienes te preceden, vienen de frente o te  adelantan.
También sirven para no ver a quien tampoco quiere verte, para cambiarte a la de enfrente si en aquélla da la sombra, para toparte con alguien a quien llevas deseando ver hace tres días o para caminar sin más e ir hasta la Plaza por el placer de ir para luego bajar por la calle de los Labradores, ver el río y subir otra vez por la Herradura.
Sin embargo en las ciudades caminar por las aceras no tiene tanta literatura; la gente va siempre tan deprisa…

viernes, 16 de diciembre de 2011

miércoles, 9 de noviembre de 2011

De personajes y sueños

¿Nunca se os ha escapado un personaje de un libro y os ha perseguido hasta límites insospechados e insospechables? Hasta más allá, por ejemplo, de una simple madrugada, horadando el sueño, desvelándoos; o incluso dormidos, en fase REM, conviviendo con ellos dentro del mismo argumento o en otro paralelo que, consciente o inconscientemente, hayamos creado.
A veces también esos personajes acompañan en horas de silencio, o en minutos de silencio, vaya, cuando una está haciendo nada o haciendo algo que no requiera más que trabajo manual y quede la mente disponible para el menester de pensar.
Quizá de niños esto suceda con más frecuencia después de leer, o de que te lean, un cuento. Pero a los adultos también nos sucede, no sé si a todos pero estoy segura que a alguien más que a mi le tiene que pasar.
Me refiero a que se le escapen personajes de entre los libros y se empeñen en quedarse por algún tiempo, hasta que otr@, con los ojos más azules, l@ sustituya.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Sala de espera


La chica rubia que acompaña a la señora mayor debe tener aproximadamente cuarenta años, o seguramente tiene más o seguramente tiene menos  o seguramente yo no tenga ni idea de la edad que tiene. Llevo viéndola varios miércoles seguidos. La mujer a la que acompaña desde luego que ha mejorado; los primeros días daba penita verla, hoy por lo menos sonrió a la enfermera cuando dijo su nombre.
La rubia que digo lee revistas del corazón con avidez y cuando ha devorado todas, las que trae en una bolsa del corte inglés y las que hay en el revistero, saca su móvil y juega con él. No levanta los ojos ni por casualidad pero tampoco tiene aspecto de ser retrasada.
El señor de enfrente, con camisa de rayas azules, tiene mirada bondadosa, a veces nuestros ojos se cruzan y nos sonreímos sin saber porqué. También lleva viniendo varios miércoles. Lo acompaña una señora que debe ser su mujer y hoy,  por falta de sitio, se ha sentado cuatro sillas más allá y de vez en cuando vuelve la cabeza inclinándose con una extraña y silenciosa mueca para asegurarse que su marido sigue ahí; luego la mujer retoma su postura, cierra los ojos y se entrega en profundidad a sus pensamientos.
La enfermera se ha pasado todo el rato quitando y poniendo el aire acondicionado, atendió todas las peticiones de “haz el favor de quitar el aire, bonita; qué frío”, “¿no podría usted poner el aire, señorita, qué calor?”,  y así la hora y pico de espera.  Me ha encantado su tranquilidad y mira que es difícil agradar a todo el mundo a la vez sin perder la compostura.
La señora que está a mi lado lleva un bolso rojo-rojo-con-ganas-casi-bermellón que no puede ser más feo, pero a ella le hace juego con las sandalias y seguramente le encanta el conjunto. La buena mujer, pues, tiene mi beneplácito para ponerse encima lo que quiera. La acompaña su hija, que es una protestota que no sabe esperar ni guardar las formas. La conozco de hace ya varias semanas. De vez en cuando baja sus vista hacía el Ocho, que menudo tocho es para andar de acá para allá con él, y nos deja en paz 10 minutos seguidos; intenté recordar el final pero me resultó imposible y eso que hubiera jurado que en su momento me gustó.
Está el hombre alto que es moreno teñido, pero qué mal le queda así el pelo.  Definitivamente los hombres que se tiñen no me gustan nada, les queda la cara como sin gracia. Además a mí siempre me han gustado con canitas.
El matrimonio joven que siempre sonríe acaba de llegar, son muy monos los dos. Muy planchaditos y con los zapatos brillantes. A ella se la ve muy enamorada y él, creo que por chulería, pasa un poco de sus arrumacos, pero se les nota muy cómplices y me encanta.
La hija de la mujer de bolso y sandalias rojas empieza a despotricar otra vez, ya nadie la mira y me da la impresión de que eso la pone de peor humor.
Hago un chasquido con la lengua y vuelvo a  una anotación que tomé de una página de Internet que me llamó poderosamente la atención y la copié en una hoja de libreta que me está viniendo muy bien como separador del libro que estoy leyendo (El retrato de Dorian Gray). La anotación que digo es la ley o principio de Pascal:

“la presión ejercida por un fluido incompresible y en equilibrio dentro de un recipiente de paredes indeformables, se transmite con igual intensidad en todas las direcciones y en todos los puntos del fluido”.

¿Y para llegar a esa conclusión hacía falta hacer una ley o un principio? Pues sí, porque gracias a ello se pudo desarrollar la prensa hidráulica, entre otros inventos.

martes, 1 de noviembre de 2011

Atemporal

Años después del desastre emocional que nos causó la ruptura, ayer coincidimos en Nueva York delante de un Picasso al que examinábamos como si realmente entendiéramos la abstracción a la que fue sometido el arlequín.

 (Todas las historias pijas -sean de dónde fueren las dos partes en conflicto- acaban teniendo como escenario común una sala de arte de Nueva York).

Hacía rato que te había visto desde un extremo de la sala, jerez en copa, y ni un instante dudé que fueras tú pero preferí acercarme discretamente para corroborarlo y a la vez mirar el mismo cuadro que mirabas.  
El olor dulzón a tú sempiterna colonia era tu seña de identidad y por tanto, la confirmación de que efectivamente se trataba de ti. Tantos años y aún seguías usándola; recuerdo perfectamente que fui yo quien te la regaló a los pocos meses de conocernos, ¿lo recordarías tú también o sencillamente seguirías usándola por esa manía tuya de no cambiar casi nunca de costumbres? Cuánta obstinación…
¿Cuántos años habían pasado desde que nos tiramos los recuerdos a la cabeza? ¿Veinte? ¿Más?
Supe que habías ido también al psiquiatra pero al cabo de unos meses perdí todas las pistas que me llevaban a tus quehaceres y preferí no seguir indagando. Total quien me había puesto los cuernos habías sido tú y por tanto tú eras quien debería desaparecer de mi vida sin que yo hiciera nada para reencontrarte.
Qué normales éramos y de qué atípica manera nos comportábamos.
Pasado un tiempo dejé de evocarte con los ojos cerrados y tan  sólo una noche de octubre se me ocurrió pensar que una infidelidad (que no dejan de ser siempre atemporales y quien sabe si necesarias) no debería ser la causa de una ruptura eterna, pero deseché la idea porque ya hacía varios otoños que nos habíamos ido para siempre.
Ayer, al verte en la sala de arte (ésa en la que el destino nos tenía preparada la sorpresa de un encuentro casual) supe que eras la persona que más había amado en mi vida pero fingí que a penas te recordaba y sonreí con exceso de ausencia cuando me dijiste:
 _¡Hola!, ¿cómo estás? Me alegra verte, ¿me recuerdas, verdad?
_Ah…  hola, claro. Qué tal, cuánto tiempo, sí…

Pero ese perfume… el mismo que te regalaba cuando nos amábamos, me desarmó por dentro y empecé a odiar a Picasso y a Nueva York en la misma proporción, y sonreía como si realmente dudara quien eras porque no me podía permitir ni tan siquiera una grieta por la pudieras entrever que estaba empezando a temblar como la primera vez que nos besamos.

jueves, 27 de octubre de 2011

Liberación


La sensación que sentí al tener el mar tan de cerca, verlo, oírlo, olerlo… empezó a formar parte de mi ADN desde el segundo exacto que caminé desde el paseo hasta la arena en dirección a las olas. Fue en Galicia y tenía 9 años. Perdí el norte en ese instante y de paso desgracié con el salitre unas botas de piel estrenadas para la ocasión, pero me importó menos que perder años después la virginidad o extraviar aquella bufanda horrenda que me habían regalado mis tías, de lana reciclada que antes había sido jersey y antes de jersey,  cojín, y antes de cojín, colcha de cama y antes de colcha de cama, oveja.
La oveja en cuestión, estoy segura, en vez de leche daba naftalina por que por litros de vernel que usara, el olor a alcanfor persistía eternamente hasta acabar dudando si es que olían así todas las cosas o sólo la puñetera prenda. 
Si alguien me la hubiera robado, en el hurto hubiera llevado implícito el castigo pero lo cierto es que nadie me la robó sino que un buen día de finales de un invierno decidí extraviarla para siempre en el fondo maloliente de un contenedor de basura. Juro por quien tenga que jurarlo que fue un acto totalmente involuntario, un acto reflejo que… llevaba posponiendo dos inviernos.
¡Qué liberación!

lunes, 24 de octubre de 2011

Politeísmo

"El dios de la lluvia es un charco precioso sobre una roca. La última vez que lo vi fue en Espinho y le saqué una foto"

Por fin, después de no sé cuántos meses, esta mañana amaneció lloviendo.
Domingo_lluvioso_domingo_gozosooooo... Para mis adentros improvisé esa cantinela como si de una liturgia se tratara. Los buscadores de setas seguramente que se apuntan al estribillo, no así los paseantes matutinos ni quienes tienen quitadas las tejas de su tejado aprovechando la bonanza de los días calurosos de este otoño, para tapar goteras.
Que nunca llueve a gusto de todos es una verdad tan irrefutable como que dios no existe; sí existen, sin embargo, los dioses, así en plural, ya que el mundo, per se, es politeísta. Lo del monoteísmo impuesto es uno de los peores inventos sociales que se ha podido urdir a través de los siglos. Una involución, un despropósito cuyo único fin fue, y sigue siendo,  amedrantar a la mayor parte posible de la humanidad.
Y a la parte que quedó sin aquel dios, le cayó otro peor y así existen en la actualidad minorías guiadas por la intolerancia de otros adoctrinamientos que aportan más ceguera que luz a sus gregarios.
Decía antes que el mundo es politeísta por que estoy segura que existen tantos dioses o diosas como cosas bellas: el dios o la diosa de las Artes, de las Lluvias, de los Mares, de las Estrellas, de los Pianos, de las Bicicletas, de las Nubes, de los Pasteles, de la Música, de los Bebés, de la Pintura, de Las Flores, del Chocolate, de la Sonrisa, del Amor… Por cada cosa buena es preceptivo que exista un titular, aunque luego no sirva para nada y no sepamos pintar y nos salgan caries con el chocolate y los bebés se conviertan en adultos egoístas y a las bicicletas se le pinche una rueda…
El caso es que cada cual debe creer en lo que quiera sin que se lo imponga nadie, ni la sociedad, ni su barrio, ni su familia ni su historia. Una mente que cree en un solo dios sin concesiones, es una mente propensa a la resignación. Y la resignación es un acto impuro de sumisión que anula la capacidad analítica individual en favor de una jerarquía de cantamañanas en busca de un patrimonio material y humanoide que le da carta blanca para dominar mentes y mundo. Eso sucede cuando los dioses “únicos” se representan con forma humana y cara autoritaria.  Si yo pienso en Alá, que no pienso nunca en él ni falta que hace, mi gesto sería de pavor; si pienso en Jesuscristo, también me da grima ese gesto adusto y paternalista, lleno de dolor -por citar los más conocidos en el ambito doméstico de este lado del mundo-.
Por el contrario, el dios del Chocolate es rectangular y está dividido en cuadritos, y tan sólo con visualizarlo mentalmente se provoca una dulce sonrisa en el rostro.
¿Se nota la diferencia dogmática?
Llueve, sigue lloviendo a poquitos pero es suficiente para que se limpie la atmósfera, que estaba muy polucionada y los alérgicos lo notamos a la legua. Eso sí, en los cristales en vez de gotas de lluvia quedarán bolitas negras, pero no hay un choorrito de amoniaco disuelto en un par de litros de agua que no pueda con ellas.
El dios de la lluvia es un charco precioso sobre una roca. La última vez que lo vi fue en Espinho y le saqué una foto, sin embargo el amoniaco creo que no tiene dios, porque no hay dios que aguante su olor, pero limpia que da gloria bendita.
Ha parado de llover. Ojalá vuelva de madrugada y me despierte el ruido de las gotas, que no hay mejor placer que el tintineo la lluvia te desvele a las cinco de la mañana para volver a dormirte al cabo de unos minutos con el mismo sonsonete...