domingo, 27 de marzo de 2011

Mensaje subliminal


Las tardes de lluvia saben a yogur de piña y huelen a recuerdos.
Bueno, no siempre, otras veces no saben a nada, simplemente llueve y en ocasiones las alcantarillas no dan abasto a recoger todo el agua que cae y ésta de desperdiga o se empoza y es ahí dónde una se da cuenta de las imperfecciones municipales: el suelo no está a nivel y esto debe ser porque el ayuntamiento carece de ello. No es verdad que tenemos lo que nos merecemos, al menos mis hermanos, mis amig@s y yo nos merecemos algo más digno que un suelo (léase ayuntamiento) desnivelado. Pero mira, no voy a hablar de cosas políticas que se me revuelven las tripas, además a mí qué más me da si no le voy a volver a votar ni a maría santísima; seguirán robando y deshonrando la buena fe del votante, pero con mí voto ya no.
Decía que las tardes de lluvia huelen a recuerdos y saben a yogur; ese matiz dulce y ácido a la vez que otorga a mis labios una sonrisa entre triste y complaciente me alivia porque deja fluir, sin agobios, mis sentimientos. Ayer, por ejemplo, pensaba mientras llovía que quería abrazarte, pero no eran tus brazos los que tenía a mano. Sonreí porque podían haber sido, ¿te imaginas?, y con la misma sonrisa me resguardé bajo un paraguas con las varillas rotas por el viento que llevaba otra persona y acabamos riéndonos a carcajadas porque era tan absurdo como innecesario, llovía tanto y hacia tanto viento que llevar paraguas, y además roto, resultaba cómico.
Pero yo para entonces ya había decidido que prefería verte feliz.

sábado, 12 de marzo de 2011

Coñac francés y otros analgésicos

A Dorita le da por cantar cuando está triste, pobre mujer, si supiera cómo desentona se pegaría un tiro con una pistola de agua. A mí, sin embargo, mientras me dura la tontería me da por negarle el pan y la sal a toda sospecha humana o divina que pulule en derredor y, además, procuro no escribir porque si escribo sangran las teclas, o el bolígrafo, de tanto lirismo y al releerlo me doy una patada en la espinilla porque bien sé que todas esas tristezas se solucionan con una tableta de chocolate o, en su defecto, con una buena copa de coñac francés. En mi vida lo he probado, es cierto,  pero veo cómo lo disfrutan quienes lo beben, cómo lo paladean, con cuánto amor, con qué sutileza a la vez que maestría dan meneítos a la copa hasta que el aguardiente acaba en la gola del catador y, más tarde, en el desagüe del inodoro pero en fin, esto último no debí ponerlo ya que es una ordinariez decir en el blog de una señorita como yo que todo lo que se bebe, se mea.
Dorita, independientemente de su mala voz, es una mujer muy castiza y ella sabe bien que quien canta las penas espanta aunque… debería decirle lo del chocolate. Lo del coñac mejor no, no vaya a ser que le remueva recuerdos enterrados; su marido (que en gloria esté, como dice ella sin demasiado convencimiento), murió de cirrosis.

Día de Acción de Gracias


Cuánta gente, qué griterío, cuántos platos, cuántos excesos. Como siempre, sobrará la mitad. 
_No, no, que te digo que no quiero vino, que me acerques la cocacola.
_Parece mentira, pero la tortilla de patata es lo que más éxito tiene siempre en este tipo de comilonas.
_¿Qué cuchichearán entre sí las primas de Santander si hasta hace poco ni se hablaban entre ellas?
_Javier se está quedando calvo, con lo joven que es. 
_¡Callarse coño, que no sé qué dice la abuela! ¡Ah, que le duele la cabeza! Pues no coma más empanada, mujer, que a lo mejor es de eso –pontifica tío Lorenzo.
_Ha dicho que le pongas más gaseosa a la cerveza, no que le duela la cabeza, que estás muy sordo, Lorenzo (risotada general en este lado de la mesa).
_Raquel desde que se separó parece que está más relajada, ¿verdad? No me extraña, menudo cabrón era el Ricardito.
_¿De qué habláis por aquí? De nada, Raquel, de lo rico que le quedó a tu madre el estofado de rabo de buey…
(Yo, mientras tanto, debería haber ido otra vez con las niñas a buscar más piedras al río.  Para hacer una pared)

viernes, 11 de marzo de 2011

¡Somos piedras!

Fuimos a buscar piedras a la orilla del río. Con sumo cuidado elegimos cuatro. Yo soy, por razones obvias, la piedra más grande, después está la de Diego (que ya no viene con nosotras porque es mayor), la tercera piedra es Mimi y la más pequeñita es Ro. Las hemos lavado concienzudamente y, una vez secas, con un rotulador le he puesto nuestros nombres.
Desde hoy somos piedras, las niñas así lo han decidido.
Me encanta que esta vez la idea haya sido suya.

sábado, 5 de marzo de 2011

Persiguiendo cometas


En una de mis escapadas nocturnas a los Cerros de Úbeda se me ocurrió idear a la persona perfecta y no hallé patrón.
Luego convine conmigo misma que la perfección sólo existe en las obras de autor cuando se juntan belleza y armonía y, salvo excepciones, en la Naturaleza. 
Los humanos, por tanto, no gozamos de ese privilegio porque hemos ido destartalándonos genéticamente a través de los siglos.
Quiero decir que para mi una persona perfecta no es precisamente una persona inteligente, rica y guapa, no, no; una persona perfecta sería una persona totalmente libre de mente, sin prejuicios ni reloj. Y juro por todos los moradores del Olimpo que no conozco a nadie que reúna las tres premisas.
Me remito, una vez más, a las tribus ancestrales y lloro en silencio cada vez que en televisión veo a un indígena con un casio o con unos levis strauss.

Hipotecarse


A mi vecina Lucía la dejó su novio de toda la vida tras más de  siete años de maridaje, con piso comprado a medias y todo y la pobre no levanta cabeza. Les quedaban quince años de hipoteca y yo le digo que eso es lo de menos. A ella le parece que sí es importante porque ahora menudo lío para repartir -dice- pero en fin, ya se encargará el juez de sentenciar cómo quedará la cosa.
Lucía es una chica mona, algo sosa pero mona, sin embargo Juanjo encontró más gracia en otra mujer bastante feucha pero muy natural y  no dudó en renunciar a los encantos de Luci.
Unos 8 kilos ha engordado mi vecina desde que se fue de casa su expareja.
-Qué bien estás ahora  -le digo por decirle algo porque a mi me da igual que esté gorda o que esté escuálida,  y ella me mira y me dice con malas maneras:
-Cállate, que pareces tonta.  Estaba mejor antes con Juanjo al lado.
Y yo me muerdo la lengua por no cantarle las calamidades que ha pasado para gustar y mantener el tipo y al tipo a su lado durante todo este tiempo de corsés y ensaladas con queso de burgos y agua fontbella -tan insulsas ambas cosas como ella-  mientras él se ponía las botas a queso manchego y cervezas mahou cinco estrellas en el bar de abajo, servidos por la camarera más simpática y rechoncha de todo el barrio, su actual pareja  (con la que jamás formalizará una hipoteca ni una unión con concejal de por medio, porque eso carece de importancia).

Con el tiempo


Esa puta manía que tienen las nubes de no dejar de moverse va a hacer que me destroce los labios de tanto mordérmelos.
Con el tiempo, una se acaba volviendo un poco más estúpida que de costumbre mientras que esa necesidad ancestral de comunicarse entre pares queda relegada a un cuarto con un ventanal enorme que da al pinar, y sobre el pinar un cielo cargado de nubes nerviosas que van a acabar conmigo sino anochece pronto, y cuando anochezca echaré de menos el cielo azul y lamentaré haberme liado a tortas con ellas; qué culpa tendrán las nubes de mis desvaríos.
Tengo aquí un espejo y me da vergüenza no verme como quisiera. 
Sobre la mesa camilla hay unas zapatillitas y un par de muñecos de peluche y me pregunto si mereció la pena haber nacido. Un francotirador me observa desde la parte de atrás del edificio y, aunque no lo veo, de nada sirve esconderme; por eso sigo en la ventana, observando el vuelo perfecto de un ave mientras dentro de mí cabeza se agita un cubilete aún  sabiendo de antemano que tengo perdida la partida.