domingo, 7 de septiembre de 2008

Botas de montaña

Acuarela: Una manzana verde


Hay quien dice que no se arrepiente de nada en su vida. Qué suerte, porque yo me arrepiento de tantas cosas qué he hecho y sobre todo, me arrepiento de tantas otras que debí hacer y no hice.
Si hay dos caminos, uno a un lado y otro al otro, la inmensa mayoría de las veces he tomado el de el medio, ese que está perfectamente asfaltado, sin darme cuenta que el alquitrán va desgastando la suela del calzado y va quemando, poco a poco, el alma; porque resulta que el alquitrán es inflamable.
Una vez me dijeron “tomes la decisión que tomes, siempre te vas a equivocar”. En ese momento no se me ocurrió desgranar el sentido de la frase, supongo que porque formaba parte de una conversación posiblemente intrascendente, pero al cabo de unos minutos, sacándola de contexto, sospeché que la oración era errónea o por lo menos errónea en la medida que yo la interpreté. Ahora, muchos años después, estoy convencida que, efectivamente, estaba totalmente errada la sentencia.
Hay decisiones que se toman -eligiendo el camino de tierra batida- y cambian íntimamente el sentido de la vida; pero el polvo se sacude y las botas siguen estando impecables.
Y hay otras decisiones cuya orografía es ora pedregosa, ora árida. Sin embargo, dicen que una vez alcanzado el otro extremo aparece un frondoso valle.
Es decir, hay decisiones que no van más allá de uno mismo y que no perjudican ni benefician a terceros. Y hay otras que posiblemente cueste mucho trabajo tomarlas, tanto como piedras te encuentres en el camino, pero que sería tan conveniente como necesario consumar, aunque para ello tengas que asumir o, mejor dicho, renunciar a ciertos tramos perfectamente asfaltados en tú vida.
¿Y porque pienso yo ahora mismo en estas cosas? No tengo ni idea. Debe ser porque buscando en el armario de la galería betún de judea para teñir un maletín de madera que compré esta tarde en Bragança, me topé con unas botas de montaña que hace años que no pongo.

*Arroba, te he copiado lo de la cajita para meter las acuarelas y los pinceles. Soy una copiona. Que los dioses sepan perdonarme. Y si no saben, que le den por saco.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Del verbo obsesionar

Foto sacada en Castillo de Alba, Zamora

Este poema lo acabo de encontrar entre mis cosas extraviadas. Lo bueno de extraviar algo es que, aunque sea a destiempo, acabas encontrándolo.


Todos los hombres y mujeres que he amado están en ti
y no puedo parar, amor, de socavarte,
de indagar los secretos de tu piel,
de sumergirme en el mar de tus pecados
y pecar contigo amor,
y sentirme al otro lado de tus labios
y caminar sobre el murmullo de tus besos


Lo escribí una vez y no olvidé jamás. Hay cosas que no se deben olvidar, porque si se olvidan, dejarían de existir para siempre. Y no quiero. Está inacabado, pero me gusta así. Tal vez lo concluya algún día., pero eso ahora mismo no lo sé. Empieza septiembre y el otoño está al caer. Quiero ir al mar, tengo necesidad, pero no sé bien cuando será. Y también quiero una casita en la playa. Lejos de todo y a la vez cerca de… ¿De? Si no lo acabo siempre existirá en mí la posibilidad de seguirlo eternamente. Un poema eterno. ¿Eterno? ¿Es que existen cosas eternas? Cuando pones punto y final a un poema será, digo yo, que el asunto está, para bien o para mal, zanjado. Y si no se acaba jamás… ¿Qué pasará cuándo no se acaba jamás un poema? Las cosas que se olvidan no han sucedido nunca. Un otoño en mi casita de la playa, ¡Oh! La primera vez que vi el mar fue a los nueve años, y esa imagen existirá para siempre presidiendo mis recuerdos. Te echo de menos, Male. Y otra vez, era otoño también, el mar fue testigo del más hermoso de los poemas; tienen que existir aún huellas en la arena. Hace calor y yo detesto el calor. Siempre que tengo ocasión lo digo, como si al decirlo me refrescara con la frase. Una casita en la playa… Mejor no lo acabo. No, no lo acabaré. Cuando jugamos con Diego a las palabras encadenadas, no hay ninguna que empiece por “cio”, da una rabia. No lo acabaré. Las obsesiones no son buenas. Gloria está harta de decírmelo. Dan un tinte real a las cosas que obstruyen la mente y, mire usted, luego la caída es más dura y encima la mercromina ya no es roja. Antes una heridita a flor de piel se distinguía en su gravedad por el exceso o la discreción del antiséptico colorao. Ahora es transparente y nadie se entera, y además se llama cristalmina, que suena a nombre de princesita cursi de cuento. Ah, bueno, o el betadine, pero qué feo es de color. Llevaba varios meses sin ordenador y al final, que si sí que si no, hubo que cambiarle el disco duro porque daba no sé que tipo de error. Pablo lo sabe. ¿Y si a mi me cambiaran el disco duro? Calla, Pilar, calla, que te veo venir. Anoche soñé que suspendía un examen y en el sueño mi cara era de total frustración. Ahora que no tengo que examinarme de nada, voy y sueño con exámenes. Seré pava. Lo interpreté en el acto y supe qué tenía guardado en mi inconsciente pero ya debí olvidarlo porque no recuerdo en absoluto la conclusión. He pintado un cuadro. Fue ayer por la tarde. Es un árbol en una pradera verde, pero verde verde y salpicada de flores. A la derecha hay un matorral que parece una roca, y el cielo es azul tormenta porque no supe mezclarlo bien con acuarela blanca. En el árbol hay una sola manzana roja; roja roja como la mercromina y la obra se titula “una manzana verde”. La genialidad es de Carmen. Hay tres pájaros también. Volando, claro. Qué chulitas son las cigüeñas y encima medio ambiente les pone miradores, que no digo que esté ni bien ni mal, sólo que qué chulitas son, en esta foto se ve bien lo que digo. La saqué viniendo el otro día con Amparo de un sitio en el que había un embalse y ni una sola sombra. Una casa en el mar...
No pondré jamás un punto y final en el poema, lo acabo de decidir por unanimidad conmigo misma.